No es habitual que los buques escuela incluyan a un perro, lo que despierta la curiosidad de muchos. :: J. A. C.
CÁDIZ

La singladura de Argos

El tripulante 164 del buque colombiano, con diez años de edad, lleva 86.000 millas de navegación a sus espaldas en su labor de detección de drogas El perro del ' Gloria', toda una atracción para los visitantes

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Cuando Ulises regresó de sus viajes vestido de mendigo tan solo él lo reconoció. Moribundo, Argos meneó su cola al verlo y luego murió. La célebre 'Odisea' dibujó así, para siempre, la lealtad de los canes en una ficción que no está lejos de la realidad. Porque aparte del perro de Ulises existe otro Argos cuya proeza también merece relato. Es el tripulante 164 del buque escuela 'Gloria' de la Armada colombiana que, desde el pasado miércoles visita Cádiz, para la Gran Regata. Ayer, mientras el resto de veleros zarpaban, este labrador negro de (de diez años de edad, ocho de ellos a bordo) disfrutaba del sol en la cubierta de su buque, mientras despertaba la curiosidad de los visitantes.

Para los más observadores quizás la presencia de Argos ya se antojó curiosa el pasado jueves en el desfile de las tripulaciones. Ahí estaba, abriendo la representación de la dotación del buque como uno más. Y es que, efectivamente, lo es. Así lo reconoce el teniente de navío Gustavo Gutiérrez. De hecho, tiene su función como cada uno de los marineros que completan su crucero de instrucción en este viaje que les pondrá hoy rumbo a Barcelona. «Es un miembro más de la tripulación, él se encarga detectar cualquier narcótico que introduzcan en el buque», reconoce Gutiérrez.

De hecho, su proeza va más allá de cualquiera de los seres humanos que viajan en este bergantín. Acumula en el buque unas 86.000 millas navegadas y está a punto de superar a su antecesor en distancia recorridas en cruceros y vueltas al mundo. Mientras que el resto de la dotación va y viene, Argos ve la vida pasar en el 'Gloria', su casa. En el buque posee todo lo necesario para vivir. «Tiene su cama, su espacio, su comida y sus galletas», reconoce divertido Gutiérrez. Incluso tiene a su propio guía canino, un miembro de la tripulación que se encarga de su cuidado y adiestramiento. La veteranía del labrador, de penetrantes ojos, le hace hasta beneficiario de más derechos: «Él es el único de la tripulación que puede hacer lo que quiera». Lo cierto es que el can ya está hecho a la vida en alta mar y lo que supone vivir en un barco, «aunque de vez en cuando se marea».

Eso sumado a los mimos de todos los de abordo, hace que el cánido sea toda una institución. Todos los marineros «lo aprecian mucho», como reconoce uno de los tripulantes. «Es un perro muy reconocido en Colombia», añaden desde el buque. Mientras, el perro pasea impávido, como si las miradas no fueran con él. Acostumbrado a ser el objetivo de caricias y fotos de los visitantes, Argos no se asusta: «Es muy amigable con la gente».

El labrador es el último de una singular tradición ligada al 'Gloria'. Desde su primera singladura, en 1968, el buque siempre ha contado con la presencia de un perro. Su labor antidroga se hace especialmente necesaria para mantener al bergantín lejos de cualquier carga sospechosa que visitantes o tripulantes quieran introducir abordo. De hecho, el adiestramiento de los perros en la detección de estas sustancias puede durar hasta 36 meses. De momento, aunque los años pesen, Argos seguirá fiel a su servicio a la Armada colombiana. Toda una odisea en el mar y, a la vista del cariño que despierta, también un amor en cada puerto.