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La camanchaca

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Con mimo, guardaba Otto Rilke sobre la chimenea de su mansarda de París, un antiguo teatrito barroco a la italiana, que conservaba un forillo y algunos personajes de porte wagneriano. El forillo representaba un bosquete intrincado transitado por una niebla enigmática. En París, no como en Leipzig, podíamos hablar con desahogo, sin bisbiseos y sin recurrir al parapeto acústico de Bach, por el pavor a la omnipresente Stasi. Heredero de la recia sensibilidad de su pariente Rainer Maria, reaccionó con sobresalto teutón cuando le dije que ese forillo reproducía el paisaje de los bosques de laurisilva de la Gomera, siempre transitados por densas y fugaces nubes. Para nosotros, cualquier tema por liviano que fuera, era siempre motivo de polémica, apasionada mas armoniosa, instados por la obligación autoimpuesta de vivir la vida con esencial fruición.

Convinimos, tras la brega, que el paisaje de aquel inocente forillo, su hechizo, era más elocuente que los enhiestos personajes que movíamos ante él, llegando a la conclusión que el ser humano debe esforzarse en inmiscuirse indisolublemente en el paisaje, para heredar de él su elocuencia. Los paisajes de los bosques nubosos, como los de Gomera, el Hierro, o los próximos a Atacama, resultan ser fruto de una legislativa sintonía entre la climatología y la botánica. La nube humidificadora marina crea el bosque; lo inventa. Es un logro afectivo. En el caso chileno, ese aporte húmedo que transporta la nube índica, se llama 'camanchaca', el que, incluso, se captura y aprovecha mediante unos ingeniosos artilugios llamados 'atrapanieblas'.

La naturaleza es un complejo fruto de la sencilla concordia. Es un monumento concordatario. El flamenco de los humedales gaditanos, debe su atractivo color de ígnea alborada al hecho de nutrirse de 'artemias', microscópico crustáceo que, a su vez, se nutre de la 'dunaniella salina', un alga, también microscópica, diseñada para producir 'betacaroteno', pigmento natural precursor de la vitamina A. Esta suntuosidad creativa, esta orfebrería milagrosa, que permite al flamenco pigmentar su plumaje para el ceremonial de las cubriciones mediante esta pautada dieta, resulta ser el nudo y el desenlace de la dramaturgia universal.

Sin armonía, sin equilibrio, todo deviene en discordia. La concordia, sin embargo, convierte a la yema en fruta y a la fuente en regato. En la vida social, parte sustantiva de la Bioecología, la genuina, sucede lo mismo. Hemos convertido a la discordia en ley y a la concordia en accidente exótico. El blandir la guadaña sectaria con encono contra las ideas del congénere, convierte a la Política en delito ecológico; en tumba del paisaje espiritual