Tribuna

Reflexiones sobre un ciclo de conciertos

POETA Y MUSICÓLOGO Actualizado: Guardar
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No soy arte ni parte en la organización del ciclo de conciertos que el Consorcio para la Conmemoración del II Centenario de la Constitución de 1812 junto con el Centro Nacional de Difusión de la Música ha celebrado en Cádiz durante los primeros días de febrero, bajo el título general de '¡Viva la Pepa! Música en las Cortes gaditanas'. Solo he tenido el privilegio de escribir los comentarios explicativos a cada uno de los programas de mano, por lo que me siento libre para expresar mi opinión acerca de tales eventos, en los que se ha demostrado que la afición musical de nuestra ciudadanía, que creíamos dormida y despegada de su potencial histórico, sigue latente y responde con interés a citas y reclamos, siempre que contengan un suficiente atractivo. Ha sido emocionante, aunque por otra parte haya causado cierta pena, ver cómo el público hacía cola para escuchar música a pesar del frío que arreciaba a la intemperie, y que en algunos casos se haya tenido que volver a casa sin poder entrar en el recinto por haberse completado el aforo, lo que demuestra que cuando se programa con imaginación y cierto rigor, a pesar de las dificultades económicas que envuelven estos tiempos, lo agradecemos. Y en este aspecto no podemos menos que elogiar el trabajo de Elena Angulo Aramburu, responsable de la coordinación de estos conciertos.

La sensibilidad de una sociedad se manifiesta en su más alto grado por medio de la música, tanto en su inquietud creativa como en su capacidad diletante. Una ciudad que no suene parece estar condenada, más que al silencio, a la ausencia de ideas, y Cádiz, a pesar de su continuado ronroneo carnavalesco y su indiscutible caudal flamenco, ha vivido de espaldas durante muchos años a ese fenómeno que denominamos música clásica para entendernos, conservando un historial que le llevó a permanecer en primera línea entre los centros musicales españoles durante los siglos XVIII y XIX. El crítico y musicólogo Enrique Franco alertaba en reiteradas ocasiones de la necesidad de recopilar en un volumen la rica actividad musical que tuvo lugar en la ciudad en ese periodo, obra que aún está por hacer, salvando la valiosa aportación del profesor Marcelino Díaz Martínez ('La música en Cádiz: la Catedral y su proyección urbana durante el siglo XVIII').

Los cinco conciertos que hemos tenido la ocasión de escuchar en estos cuatro días (2, 3 4 y 5 de febrero) nos han acercado un poco a ese mundo perdido, no como una amarilla estampa del pasado, sino como célula sonora y generativa, dispuesta a hacerse oír en el presente y subrayando la urgente tarea que los políticos, técnicos culturales o administraciones tienen la obligación de llevar a cabo para evitar el derrumbamiento sensible de su ciudadanía, sin excusas financieras ni coyunturales. El Consorcio del Bicentenario, así como las diferentes instituciones que lo conforman deberían tomar buena nota de estas jornadas e intensificar o remodelar su programación con respecto a la música. No es preciso contar con un elevado presupuesto para satisfacer esta demanda, ya que no se trata de contar con la presencia de los grandes conjuntos y orquestas europeas -asunto que no estaría nada mal-, sino de diseñar una programación coherente con músicos al alcance de nuestra mano y bolsillo, como se ha podido constatar en esta tanda de recitales y conciertos. Es increíble que hayamos podido escuchar el 'Oratorio al Santísimo' de Ramón Garay, con la participación de cuatro cantantes españoles de primerísima calidad; o haber asistido a la original lectura que de 'Las siete palabras' de Haydn hiciera el Cuarteto Casals en la Santa Cueva; o el espectáculo que Los Músicos de Urueña montasen a raíz de las canciones y danzas populares de la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz; o la hondísima y magistral interpretación de Blasco de Nebra, Haydn y Beethoven que llevase a cabo el joven pianista onubense Javier Perianes.

Junto al Festival de Música Española (también ideado por Elena Angulo en sus comienzos), los conciertos del Bicentenario deberían simbolizar el punto de salida de una actividad cotidiana. Es decir, no concentrada de manera extraordinaria en unos días del año, sino que estuviera presente de forma continua en la vida de la ciudad. Para ello sería necesario que cada responsable administrativo tomara conciencia de la importancia de la música en la educación ciudadana, por encima de oportunismos a corto plazo, y que se empeñara en promover la enseñanza, la pedagogía, el conservatorio, los conciertos didácticos y la milagrosa hazaña de la Joven Orquesta del Bicentenario, que bien podría ser esta el germen del conjunto mayor que necesitamos.

Como en todos los campos de la vida, se cosecha cuanto se siembra, y es excusa banal y equivocada argumentar que no se organizan más conciertos porque en Cádiz no hay público para ello. Se ha demostrado lo contrario en estos días de febrero, y si realmente queremos que el espíritu liberal y humanista inspirado por la Constitución de 1812 perdure entre los gaditanos, digamos todos: ¡Viva la música¡ junto al 'Viva la Pepa'.