EL MAESTRO LIENDRE

LA CIUDAD DEL POR LO MENOS

Recorrer el casco antiguo es dar un paseo que te transporta a una película en blanco y negro de Garci o a la 'Calle Mayor' de Bardem

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Desde que ese prodigio monstruoso de internet enfrenta al que escribe con la opinión de los que leen, se aprende más del eco que del grito. Lanza cualquiera una frase y recibe un ciento, casi todas desde el confortable anonimato. Tan es así que son ya muchos los que se empapan de un texto y, a continuación, repasan la ristra de comentarios de la gente que, entre frecuentes descalificaciones o baba sectaria, siempre dejan alguna idea, argumentos que orientan más que muchos artículos porque la falta de firma está reñida con la honestidad pero potencia la sinceridad. Cada vez que una columna, una información, cuestiona un acto, un programa, una convocatoria, una cita, evento, local, negocio u atracción, siempre salta un coro de replicantes (a veces desde oficinas de prensa de instituciones y partidos de todos los signos, que encargan a personas que los escriban) que argumenta con una sola voz: «Pues por lo menos hacen algo. Ya está el derrotista». Esa respuesta o justificación se me apareció esta semana varias veces, por distintos motivos. Recorrer el centro de Cádiz, es dar un paseo que te transporta a una película en blanco y negro de Garci, o a la 'Calle Mayor' de Bardem. Cada vez más sórdido, triste y dejado, más decaído que decadente. Pero se aparece la vocecita. Si piensas que la supuesta animación del centro desanimaría incluso a Pocholo dopado, enseguida te salta de la conciencia el eco: «Por lo menos hacen algo. No seas derrotista».

No debes despotricar, aunque te encuentres por toda oferta un tíovivo y tres atracciones de las más simples que puedan encontrarse en la feria más sórdida. Los feriantes itinerantes siempre transmiten, como muchos payasos, un sensación inquietante, de película de terror psicológico, que a veces resulta más fuerte que la presunta diversión que tratan de difundir. Los ves nómadas, desaliñados y desconfiados. Te piden 2,50 euros (aunque ni la coma se molestan en ponerle y dejan los tres dígitos seguidos) por una vuelta en un tíovivo que no pasaría la ITV ni en la Marbella de Roca. Ves las calles apagadas, tantos locales abiertos como cerrados y, cuando vas a soltar la primera rajada a los que te acompañan, ya piensas: «Por lo menos hacen algo. No seas derrotista». Te preguntas por qué hay en todas las ciudades medianas un recinto lleno de atracciones para niños y alicientes nuevos cada año en las calles más comerciales pero aquí no. Y aparece la misma frase.

Es aplicable a cada negociado. No sólo la paupérrima oferta comercial navideña provoca la respuesta de marras. De repente, los mismos que primero te presentaron el Bicentenario, los que luego te lo metieron por los ojos, los que más tarde te convencieron de que sería nuestra oportunidad para actualizar el infame parque de viviendas, las infraestructuras de transporte y hasta la lencería del 90% de la población, te dan a conocer el aperitivo de la pequeña gran fecha. Anuncian una lectura pública de la Constitución que reunirá a personalidades como Del Nido, Monchi o Cadaval. No es por ridiculizarles, que los dos últimos son grandes profesionales de lo suyo. Algo que no podrían decir ellos de mí. El problema, no su culpa, es que nos hablaron a todos de otra cosa, de grandes literatos y líderes mundiales, de prohombres y doctoras llegadas de los confines del universo. Y ahora nos vienen con esto. Y además dicen que es simbólico, que sirve para celebrar que sólo faltan cien días para el advenimiento de La Pepa. «Por lo menos, hacemos algo».

Caes en la tentación de pensar en la de gente que se lleva un sueldo por cerrar y preparar actos públicos para fomentar las visitas al centro comercial e histórico. O en la de personas que llevan años cobrando por organizar una cita histórica que se nos presentó, sin que preguntáramos, como única. Y ves los resultados y si muestras alguna duda, descontento o desencanto, recibes como respuesta: «Por lo menos, hacemos algo».

Y en esa frase ves la sinopsis exacta de la carcoma que se traga por las patas la ciudad: la dejadez, la excusa permanente. Ahora no hay dinero, no hay empleo, no hay de nada. Pero piensas en lo que sucedía hace cuatro años cuando, por lo visto, había de todos y para todos. Y recuerdas el mismo paisaje.

Además, reparas en que ese argumento vale para cualquiera. En toda ocasión. Por ejemplo, a alguien este artículo puede parecerle una gran mierda. Puede ser. Vale. Pero «por lo menos» lo he escrito. Mira, y hasta el final.