Opinion

Vuelo bajo

Solo faltaba el espectro de la huelga del transporte aéreo para amargar las fechas más señaladas

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Sumidos ya en el agotamiento pre-navideño por razones que a la mayoría se le aparecen en las noches de insomnio, solo faltaba el espectro de la huelga del transporte aéreo español para las fechas más señaladas. ¡Si don Horacio Echevarría Maruri levantara el vuelo! El fundador de Iberia allá por los años veinte, gran empresario vizcaíno, emprendedor y liberal, se volvería al hangar al comprobar cómo se puede llegar tan alto y caer tan bajo. En sus tiempos gloriosos la compañía de aquel magnate hispano mitad Charles Foster Kane, mitad Howard Hughes, estableció los primeros vuelos comerciales entre Europa y América del Sur. La guerra civil, para un empresario que profesaba ideas republicanas al tiempo que cultivaba una intensa amistad con Alfonso XIII, fue letal y su joya de los cielos acabó nacionalizada como monopolio aéreo del estado. En unos años y con el combustible del turismo alimentando los motores llegaron aquellos aviones 'Caravelle' tan de la 'Belle Epoque' con sus escaleras alfombradas y sus azafatas con sombrerito y falda de tubo marcando cadera hasta debajo de la rodilla. Los pasajeros entonces eran unos señores, no como ahora, que somos unos ordinarios. Se podía echar un pitillo a bordo, los vuelos eran de una puntualidad británica, el Rioja de Reserva corría por las mesitas de 'primera' para acompañar el jabugo en tacos de verdad. Un periplo en avión era un placer, casi lo mejor del viaje. Todo amabilidad, todo explicaciones; el menú apañadito y la cerveza fresquita. Todo menos el famoso zumo de naranja que no era natural. Claro que el billete salía un poco gravoso porque había que pagar el tren de vida de pilotos, azafatas, controladores, maleteros, camareros, copilotos y sus allegados, que formaban una pequeña pero muy exclusiva familia. Pero el monopolio del transporte aéreo permitía eso y más.

No sospechábamos que aquellos amables uniformados con los años se convertirían en nuestros torturadores. Ahora venden más billetes que asientos y luego se inventan una excusa para engañar a los castigados. Nadie podía imaginar que la compañía tendría el cuajo de encerrar en un avión durante horas a cientos de pasajeros(?). O la pachorra, tan distante de aquella oferta de viajar como una centella de norte a sur para jugar al juego de los retrasos, de juntar pasajeros de distintos vuelos en el mismo avión y hacer un solo paquete para llenar la caja. O la burlona excusa de la tripulación que llegó tarde y la maleta sin pasajero. Todo a palo seco, ni cerveza fresquita ni jamón ¡ni periódicos! Y luego ese último intento de meterte la mano a la billetera exhibiendo por el pasillo una quincalla hortera a precios de escándalo. Y ahora empieza el tic, tac de la cuenta atrás hasta que se anuncien las fechas de la huelga como el reloj que computa lo que le queda al condenado. ¡Qué tiempos, don Horacio!