NADANDO CON CHOCOS

DIOS EN UN TELÉFONO

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Uno ha visto a Dios en los lugares más extraños. Una vez se apareció en las ruedas de un coche en una carretera helada mientras se venía de frente un camión. En noches con diverso grado de oscuridad y de lucidez se vio su mano en las escenas menos esperadas. Creímos verlo en la manera de lanzar una coctelera al aire de aquella camarera, en el portero de aquella taberna revoltosa de Cádiz que vestía pajarita y servía los gintonics propios del mismo Yehova. Y aquel pez enorme que comimos y al que le robamos la energía. Hay dioses que se anunciaron en un kikirikí y en una estocada, también en la manera de lanzar la montera o de colar la tanza entre las dos piedras de la Punta al amanecer cuando entraba la marea y la caña se trae las mojarras en fiel procesión hasta el cubo de plástico. También se aparecieron en padres, en madres, en vidas salvadas in extremis y muertes sobrevenidas a tiempo, en las balas que silban junto a las orejas. En todas partes del mundo ha visto uno a Dios. Haciendo la cuenta, resulta que Dios tiene más tendencia a aparecerse de lo que se pueda pensarse. Ayer mismo uno creyó verlo en los ojos verdes que miraban encima de la sonrisa de la pequeña Nafna, en la puerta de su casa en Saki, al pie de la carretera, con los picos del gran Cáucaso viniéndose encima y esa manera tan deliciosa de abrir y cerrar su minúscula mano para decir adiós. Dios está en todas partes, algunos incluso ya lo han visto en su iPhone. Se les ha aparecido el genio del teléfono, el bueno de Steve Jobs, muy a su pesar y le ha dado la razón a Chesterton cuando decía que el hombre que deja de creer en Dios cree en cualquier cosa. O eso, o es que las divinidades son muy reiterativas.