LA RAYUELA

Señor presidente de la Cámara

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Termina una de las peores legislaturas de nuestra historia reciente de forma tan anodina como empezó y los señores diputados consiguen parecerse un poco al resto de los humanos, dando una imagen más cercana de la habitual distancia sideral que se ha instalado entre las Cámaras de representación y el ciudadano de la calle. La Cámara de Diputados y no digamos el Senado, solo han representado a los ciudadanos jurídicamente, no política o sociológicamente. La legislatura ha discurrido lejos del interés de la calle y solo los medios se han ocupado, más por deber que por devoción, de las cuitas de los señores diputados.

Ha sido sin duda la 'legislatura de Bono', un personaje que ha conseguido con sus chascarrillos y gestos demagógicos acaparar más la atención de los medios en su propio provecho, que las leyes, plenos o comparecencias del Gobierno y representantes del Parlamento que él presidía. No sólo no ha persistido en la necesaria reforma del Reglamento de la Cámara que su predecesor Marín intentó hasta la extenuación, sino que ha conseguido alejarla aún más de los problemas y demandas reales de la calle, contribuyendo al deterioro y devaluación de la política y los políticos.

La antipatía que este hombre trasmite a muchos en su partido y en la órbita ideológica de la socialdemocracia, es de sobra conocida y no quisiera abundar en sus múltiples causas ahora que parece que ya se va de la política (¡ya veremos!). Sin embargo, no puedo dejar de pasar factura a una de sus últimas astracanadas: sus manejos para impedir que la fotografía entre en el Congreso de los Diputados en pie de igualdad con la pintura.

Con el debido 'regpeto', tengo que decir que hace falta ser 'angtiguo' para cuestionar el derecho del que fuera anterior presidente del Congreso para utilizar la fotografía en vez de la pintura para inmortalizar su figura. Los argumentos son tan toscos como peregrinos; tanto que es lícito preguntarse si estamos ante otra calculada maniobra de distracción para seguir en el candelero aunque sea apelando a lo más rancio, conservador y periclitado de los criterios estéticos que rigen no ya el presente siglo, sino el precedente o los finales del anterior. No es creíble que lo haga por convicciones estéticas. Tampoco por motivos de coste, ya que el retrato fotográfico de Cristina García Rodero será sin duda menor que los que cobran pintores como el gaditano Hernán Cortés que, por cierto, pintó a Luisa Fernanda Rudí sentada sobre una mesa y descentrada en el lienzo, sin que a nadie se le ocurriera ni de lejos poner en cuestión la virtuosa estética del mismo. Nadie ha cuestionado tampoco el innovador retrato que Canogar hizo al maestro Gregorio Peces Barba, sin duda, el mejor presidente del Congreso. Con Trillo y Bono se ha alcanzado el Principio de Peter, así que esperemos que no se cumpla el viejo refrán de que «otros vendrán que bueno te harán».