NADANDO CON CHOCOS

BIO-LÓGICA

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La vanguardia catalana, tan vanguardia ella, le ha dado el puntillazo a los toros en su comunidad. El domingo sonarán los clarines por última vez en la Monumental de Barcelona. Allí no se iba a los toros más que a la bolera americana, pero lo que no se esperaba era que fuera una prohibición por decreto. Eso es lo que duele. Prohibir por Ley es una equivocación, sobre todo en el caso de una manifestación tan rica y caleidoscópica como la maravilla de un toro bravo en una plaza.

La mala leche les viene de la vaca que los parió, pues algunos ejecutan y se ríen. Ahora, una avanzadilla social del malentendido progreso pide que en señal de revancha animal se abra en las tripas de la Monumental un grupo de restaurantes bio. Mañana, por los pasillos en los que los niños echaron los dientes toreando por Paco Camino de la mano de sus abuelos, en esa capilla en la que rezaron algunos dioses, en los patios por los que se arrastraron los pasos del valor, el miedo, el paraíso y el infierno se servirán hamburguesas de buey masajeado por doncellas al amanecer, lagrimitas de cocodrilos del Ebro en adobo y ensaladas de lechugas crecidas en las mismísimas huertas de la Tía Dolors.

Esas gentes que tanto defienden la tierra la olvidaron hace generaciones. Se seguir sus intachables teorías sin posturita vanguardista, pronto volverían a un campo sin casas rurales con flores en la mesilla. En nada andarían allí cultivando papas, arando las tierras con sus manos, enyugando indefensos animales de trabajo, saliendo a cazar, apuñalando, sacrificando y zafándose de las embestidas de esas fieras a las que hoy devoran con maridaje extenso de vino del Somontano. Cuando se pongan a sobrevivir de nuevo, en dos semanas estarán pegando muletazos. La fiesta de los toros es bio.