CARTAS A LA DIRECTORA

Bienvenido sea

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Vivo clamor. Un puro grito de alegría, ilusión y esperanza. Es lo que se palpa en los entornos de todas las iglesias de ciudades españolas, receptoras de millones de jóvenes y no tan jóvenes que, por tierra, mar y aire, desde medio mundo han llegado en un peregrinaje de imposible parangón con cualquier otro que pudiera suscitar multitudinario entusiasmo. Esperan en ellas el salto a Madrid. Cristiano pero no practicante con asiduidad puedo dar constancia de ello contemplando cada día la inusitada agitación que se vive en la parroquia de la Cala del Moral en estos días sumida en su bulliciosa feria agosteña. Un ir y venir constante de gente cuyos rostros me son desconocidos pero que se identifican plenamente con el atuendo: blanca camiseta en la que se plasmó el símbolo papal. Mujeres que se desviven preparando el sustento diario y voluntarios que sirven a la mesa de viandas compartidas. Caras sonrientes, saludos fervorosos, parabienes y bienvenidas entusiastas... Todo rezuma, más que amistad, fraternidad. Una armonía que contrapongo, siguiendo el hilo de imaginación a los desmanes de otros jóvenes airados, resueltos a imponer oscuros deseos y malquerencias, como viene ocurriendo en Londres, para sacar conclusiones bien distintas. Si Benedicto XVI puede arrastrar masas, admitiendo que «la elección de creer en Cristo y de seguirle no es fácil», y mantenerlas firme en la fe, al mismo tiempo que su figura -frágil en lo corpóreo pero inmensa en los espiritual- es capaz de reunir en su entorno una multitud animada por el propósito firme del bien común, la comprensión y, por qué no decirlo, el amor entre unos y otros, bienvenido sea. De corazón.