La familia Pedruzo-Morales y su casa prefabricada. :: A. CHECA
Sociedad

Los olvidados del terremoto

A 30 kilómetros de Lorca, la tierra tembló en 2005. José Miguel se quedó sin hogar. Hoy aún vive en una casa prefabricada. Y avisa: «Todos no van a cobrar ayudas»

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Cuando se vayan las cámaras, cuando se apaguen los focos, los gobiernos seguiremos aquí, trabajando y levantando este pueblo». Con Lorca aún polvorienta y la tragedia dolorosamente fresca, el ministro de Fomento, José Blanco, se apresuró a decir que no, que el arduo trabajo de la Administración los días posteriores al terremoto no era simplemente flor de campaña electoral. Al escuchar sus declaraciones, José Miguel Pedruzo sonríe burlesco en el sofá de su casa de 60 metros cuadrados de chapa y hojalata. Es su hogar hace seis años. Desde que un terremoto de 4,6 grados sacudió allá por 2005 Zarcilla de Ramos, una pedanía a unos 30 kilómetros de Lorca. Él, su mujer, María Morales, y Rocío, su hija de 21 años, comparten este metálico hogar. Otra casa prefabricada, ocupada por los hermanos Juan y Dionisio Llamas, y solares llenos de escombros y maleza son sus vecinos. Son los grandes olvidados del 'otro terremoto'.

Un cachorro de pastor alemán es el único ser vivo que nos recibe al entrar en el pueblo. A la hora de la siesta, Zarcilla de Ramos duerme en las faldas de los tres peñascos yermos bajo los que se extiende. La casa prefabricada de los Pedruzo-Morales está a las afueras. Un cuco macetero con claveles rojos y blancos y un cactus embellecen la fría fachada. Dentro, más que digno. Suelo de parqué, aire acondicionado, calefacción... Pero José Miguel lo define mejor que nadie: «Esta casa es como vivir en el mejor de los Mercedes. Será muy bueno, pero la envoltura metálica hace que en verano te ases. Y en invierno, pues te hielas. Así que imagínate lo que gastamos con el climatizador todo el año».

Tras el terremoto de 2005, la mitad de las familias sin techo tuvieron que esperar tres años para volver a tener una casa. El resto aguardó hasta 2010 para volver a disfrutar de una vivienda. José Miguel, María y Rocío siguen todavía acumulando paciencia. «Concedieron unas ayudas raquíticas. Primero nos prometieron nueve millones de pesetas y acabaron dándonos poco más de ocho (unos 51.000 euros). ¡Y aún me deben 8.000 euros...! Para el que tenía una casa pequeña y mala, bien estuvo. Pero a la gran mayoría, el terremoto nos costó muchas 'perras'».

Los crujidos de la casa

La mala suerte persigue a José Miguel. Este mecánico murciano se arregló con el seguro para cobrar y destinó el dinero a levantar otra casa. «La nuestra acabó con tales grietas que no hacían falta ni ventanas para iluminar o ventilar...». El terremoto ya le obligó a cambiar el proyecto de obra y la retrasó año y medio. La pequeña constructora encargada del trabajo quebró en plena crisis. Y, de postre, hace dos meses José Miguel se resbaló en el barro que se formó en un lateral de su casa (sin urbanizar) y se fracturó la tibia y el peroné de su pierna derecha. Operación, reposo y, ahora, a andar con muletas.

El tiempo les ha hecho acostumbrarse a los 'clang, clang' que la casa emite en verano e invierno. Los crujidos de la chapa. Salvan con mil y una 'trampillas' la escasez de espacio. «Tú entra en el dormitorio de mi hija y verás un congelador», apunta María con sonrisa resignada. Aunque este verano es el último que pasarán en la casa prefabricada. A dos manzanas se levanta casi terminada una vivienda unifamiliar, su inminente hogar, el fruto de cinco años de trabajo del matrimonio, mano a mano, en el taller mecánico familiar.

José Miguel no duda en alertar a los afectados de Lorca. Avisa de lo efímeras que pueden ser las promesas políticas. «Primero que no tengan problemas con las compañías aseguradoras. Luego, ¿recuerdan que ha pasado todo en campaña electoral? A ver qué pasa después. Espero equivocarme, pero no creo que todos cobren ayudas». Y el último olvidado del terremoto se despide con un regalo, un obsequio que no podía ser otro viniendo de alguien que vive en una casa de hojalata: un cenicero moldeado con una lata de Coca-Cola.