El rejoneador jerezano, acompañado de su hijo, tras la corrida. :: EFE
Sociedad

Despedida sin trofeos para Antonio Domecq en Sevilla

Emotivo adiós al toreo de uno de los grandes del rejoneo de los últimos 20 años

SEVILLA. Actualizado: Guardar
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Se despidió del toreo Antonio Domecq. Cuarenta años recién cumplidos. Más de la mitad de ellos en el oficio de torear a caballo. Caso singular de vocación. Vendría en los genes: su abuelo, el gran don Álvaro, que cambió el signo del rejoneo en España hace setenta años; su tío, el genial 'Alvarito'. Por tanto, tercera generación de los Domecq toreros.

Habrá cuarta: arrastrado el último toro que mataba en público en su vida de torero, y cuando terminaba de dar una clamorosa vuelta al ruedo, sacó con él a completarla a su único hijo varón, que se llama Antonio Domecq también, y después de la vuelta, se lo llevó con él hasta los medios. Ahí se desprendió de sus zahones de cuero y le hizo entrega de ellos como si fuera la antorcha de un relevo.

Se fundieron en un emocionantísimo abrazo de conmovedora ternura. La gente se puso de pie para subrayar tanto el adiós de Antonio como la cesión de testigo.

Antonio había hecho en paseíllo con lágrimas y en llanto se retiró entre barreras después de esa última vuelta al ruedo. El último toro de la carrera fue un gigantesco bohórquez de 620 kilos, con los pies de barro, paradito y bondadoso. Uno de los brindis de banderillas de Antonio fue al cielo. En memoria de su abuelo, o de sus cuatro hermanas fallecidas en accidente de carretera hace veinte años. La poca entrega del toro, y los nervios de la despedida no propiciaron las exquisiteces habituales del repertorio de Antonio, certero y medido pero contenido. Un par a dos manos espléndido antes de la marcha.

Despedida definitiva: sólo había firmado para este curso esta corrida de Sevilla. Para hacer formal la retirada y comprometerla. Ha sido uno de los cinco grandes de los últimos veinte años. Talento precoz, genial muchas veces, tan buen jinete como torero, brillante personalidad.

Los cinco compañeros de cartel, salvo el debutante Francisco Palha, le brindaron a Antonio sus faenas en reconocimiento de magisterio y trayectoria. En la corrida de Bohórquez, muy lustrosa, salieron tres toros de buena nota. Rui Fernandes, aparatoso y atrevido -a porta gayola auténtica y pura, en el umbral de la puerta de toriles, recibió al toro-, reunió en los medios pares de alto riesgo, intentó clavar a pitón contrario, puso una farpa sencillamente extraordinaria, se adornó con contadas piruetas fuera de suerte y acabó prendiendo un florero entero en el lomo del toro.

Andy Cartagena firmó las cosas más brillantes con el toro de mejor juego y mayor transmisión. Las dos caras de Andy: el popular de los violines en carrusel y el que arrodilla los caballos, pero también el riguroso que llega a terrenos del toro, los pisa y clava arriba con compás. Faena redonda, de constante vibrar. Moura hijo no se acopló con el buen son del cuarto. Leonardo Hernández, alcanzado de salida hasta dos veces, pecó de precipitado con el toro más complicado por falto de fijeza. Muy esparcidos los hierros clavados. Mérito mayor de un par a dos manos. Y la valentía de atacar por derecho sin temor a las esperas del toro.

Y la gran sorpresa de la mañana: el nuevo, que se llama Francisco Palha, igual que 'el tío Paco Palha', el ganadero portugués que mantuvo en Portugal la bandera de la cría clásica y del toro antiguo. Un personaje extraordinario que murió a los noventa años. Pues este nuevo Palha, poco más de veinte abriles, nuevo en la temporada y plazas españolas, dará que hablar.