EL MAESTRO LIENDRE

EL DESASTRE DE CADA AÑO

Un verano tras otro, y cada Semana Santa, los números turísticos chocan con las actitudes y las imágenes que observamos

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De todos los números que resultan un misterio, de los más inexplicables son los porcentajes de visitas turísticas. Hace años, como cualquiera, leo con más o menos detalle esos recuentos de visitantes y camas ocupadas, pero jamás entiendo bien lo que suponen. Los empresarios hoteleros y hosteleros (como los agricultores, los pescadores o los periodistas) viven en la queja permanente, en la sensación constante del último aliento. Son sectores que se mueren reiteradamente. Todos los bares, cada pensión, están siempre en la bancarrota y es evidente que muchos lo pasan muy mal, que fallecen de veras, pero resulta innegable que el número de locales de comer y beber de cualquier tipo, de alojamientos de cualquier categoría, no ha dejado de crecer en todos estos años. Incluso en los tres últimos. Bien negros ellos.

Esa incomprensión ante la interpretación de los datos turísticos ha reaparecido esta Semana Santa. Según los datos publicados por este medio y por otros, los empresarios esperaban la mejor temporada primaveral en años, la recuperación, el relanzamiento. Finalmente, las nubes se atravesaron y lo estropearon todo. El balance definitivo es que la media de ocupación hotelera (parte fundamental del volumen de negocio hostelero) se ha quedado en un 75%.

Las complejas matemáticas

Si mis ridículos conocimientos matemáticos no fallan, ese 75% supone que tres de cada cuatro habitaciones han sido ocupadas. Trasladado, aunque de forma inexacta, cabría pensar que tres de cada cuatro mesas ha tenido algún comensal en los locales de la provincia. Además, esa cifra es una media. Es decir, para que salga el 75 como resultado final es necesario que algunos locales se hayan quedado en el 60 mientras otros han llegado al 90%.

A partir de ahí, no entiendo. Jamás he comprendido que un negocio de cualquier tipo tenga más de la mitad del tope de clientes potenciales y sea deficitario. Traducido, con todos los matices que quieran, nadie entendería que una editorial se arruinara porque 'solo' ha vendido el 70% del número de ejemplares de una novela que editó, siete de cada diez de todos los que podía vender en el mejor de los casos. Si un restaurante o un taller mecánico no es rentable al 70% de su capacidad, digo, no estaría bien planteado. Si necesita un lleno de forma crónica, es que algo está mal calculado.

Quizás en ese desencuentro entre números y percepción está el misterio. No irá todo tan mal. Quizás por eso no dejan de abrir (y cerrar, por desgracia) locales de hostelería y hoteles. Igual algunos son rentables. En el caso de Cádiz, capital y provincia, esa potencia económica del sector servicios sobrevive incluso en los peores momentos y aún sin contar con el respaldo sincero y definitivo de la sociedad, los trabajadores ni la patronal.

Dicho de otra forma, el 75% parecerá poco o mucho pero todos vemos aún tiendas y locales a los que les cuesta horrores abrir cuando lo necesita el que llega. La oferta cultural y de ocio es para llorar aguaceros. El horario de vida nocturna, peor. Aún abundan establecimientos que se cachondean del guiri por tonto y del lugareño por 'esmayao'. Todavía es común la falta de profesionalidad y formación. De idiomas, ni hablemos. El empleo precario y los sueldos de semiesclavitud son la norma. Cada vez hay más 'monobares', locales atendidos por una sola persona, agobiada, tenga una mesa o 30. La mano de obra conserva la desgana ligada al tópico de la provisionalidad. Eso sí, los precios de este Cádiz «de moda» a su pesar (de Chiclana a Tarifa, sobre todo) son de los más caros de España como sabe todo el que compare.

A mí también me aterra que la economía de una zona dependa del sector servicios. Viene a suponer que pende de que llueva o no, como acabamos de ver. Pero aún asusta más que, sin alternativas a la vista, no terminemos de tomar en serio el único de los sectores económicos que alcanza, cada dos por tres, incluso en plenas vacas flacas, un 75% de actividad.

Ojalá fuera solo un complemento pero, ciudades como personas, a veces toca vivir de ellos. Sin conformarnos pero sin despreciarlos ni engañarnos con quejas perpetuas.