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UNA PENA PARA LOS MARCIANOS

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Acabó la Semana Santa. Terminó el pasado sábado, quizá por capricho del clero, quizá por la escasa aportación de los hermanos mayores y el Consejo. Ese es otro debate, estéril por ahora, que ha ganado, como siempre, la Iglesia. El caso es que terminó la Semana Santa, sin duda la peor que se recuerda climatológicamente hablando. Nadie, ni los más viejos del lugar, consiguen cuadrar las cuentas de una Semana Mayor en la que hasta quince cofradías no han realizado su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral, y otras tres se tuvieron que volver precipitadamente.

Una lástima ver tantas fotos de devotos llorando, de nazarenos descalzos evitando charcos, de bandas caladas hasta el uniforme haciendo homenajes musicales a las hermandades que, por otro lado, les tienen que pagar el cien por cien de sus contratos. Una pena, que se ve compensada con la tranquilidad de los que viven el día a día de las cofradías, de los que montan, de los que cobran, de los que mandan las cartas a los hermanos, de los que salen en la televisión representando a sus corporaciones nazarenas. Es una tranquilidad que te la da el saber que has hecho todo lo que estaba en tu mano. Una felicidad secreta, callada, al comprobar que por mucho que tú hagas, todo, absolutamente todo, está en manos de Dios.

Quizá por eso, las decisiones de las juntas de gobierno se miden más por los hermanos que solo vienen en cuaresma, que solo acuden al templo en Semana Santa. Quizá duela dejar a Cristo y María en casa porque era una buena oportunidad de hacerle ver a tus hermanos que detrás de tu preciosa cofradía, está tu sufrida hermandad, que también te necesita. Es hora de que nos demos cuenta de que lo que vemos en nuestros templos perfectamente montado tiene horas de trabajo que algunos le han robado a su familia, a sus hijos, a su trabajo. Y quizá, por eso, me hayan dado pena los marcianos, los que vienen por marzo a las hermandades, esta Semana Santa. Porque no saben todo lo que se pierden...