Artículos

El pinganillo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Quietos paraos, no diga usted que esto del pinganillo en el Senado es un absurdo, porque de inmediato lo tacharán de facha, o de retrógrado, o de franquista. Por la libertad de expresión y todo eso, claro. O sea, que no podemos decir que nos parece una chorrada.

Ya lo saben ustedes: en reconocimiento a las otras lenguas del estado español, que es más o menos el sitio donde nos movemos todos, nuestros muchachos han aceptado, permitido, impulsado y potenciado que ahora la jaula de grillos que es el lugar donde sus señorías hacen como que tejen los destinos de todos puedan expresarse en sus respectivas lenguas vernáculas. Y claro, como no nos entendemos unos con otros aunque tengamos un bellísimo idioma común, por si faltara poco, ahora hay que poner traducción simultánea: uno sale allí al estrado, hablando perfectamente dos idiomas (pero no, ay, el tercero o el cuarto que nos hace quedar siempre como el culo en las Europas o los EE UU de A.), y el capricho de tener que ser traducido 'ad hoc' cuesta una pasta gansa. Una pasta que pagamos usted y yo y que, nos justifican, es apenas una minucia en el dineral que tiran cada día en nuestro nombre. Pero cáspita, que vivimos en tiempos de vacas flacas. Oigan, que a mí me han rebajado el suelo ya dos veces en seis meses. Que nos piden ustedes austeridad y que nos hagamos otro agujerito en el cinturón. Que nos enseñaron que muchos poquitos hacen un mucho. Y estos muchos poquitos que se dilapidan hacen un demasiado ya, hombre.

El bilingüismo es una bendición. Pero los idiomas sirven para comunicarse entre personas, no para crear barreras innecesarias. En la Constitución se reconoce el derecho y la obligación de todos los (¿me atreveré a decirlo?) españoles a hablar el castellano. Y eso es lo que nos une, no lo que nos separa: tenemos la dicha de hablar una lengua entre todos, una coiné, como nos enseñaron en el colegio, y es de locos reventarlo por simple afán nacionalista. Babel, nuestro Senado. Más gente chupando de la teta grande del Estado, porque habrá traductores del catalán al castellano y me imagino que también del catalán al gallego o el gallego al euskera, ¿no? Con lo sencillas que pueden ser las cosas, y lo que las complicamos. Y lo que nos cuesta.

Aunque digo yo que si Fernando Santiago hubiera escrito en euskera, lo mismo los bárbaros no se habrían dado cuenta y habría evitado el mal trago (un abrazo, compañero).