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LOS AMNISTIADOS

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Es difícil no reconocerse en algún párrafo del mensaje navideño del Rey. Desde los parados, también conocidos como «población inactiva», hasta los pensionistas y los funcionarios, pasando por los autónomos, hemos salido a relucir todos, como ocurre siempre en los tiempos más opacos. Quizá convenga traducir en números las alentadoras palabras del jefe del Estado. Quienes saben hacerlo aseguran que ocho millones de compatriotas padecen pobreza, entre ellos uno de cada cuatro niños, y que el número de hogares con todos sus miembros en paro involuntario alcanza la cifra de 1.292.300. Un guarismo por cierto modificable. Por eso no conviene aprendérselo de memoria.

Es inevitable recordar a los amnistiados de una condena casi generalizada. Siempre que se patea un hormiguero no solo quedan algunas vivas en la afanosa comitiva, sino que caben a más parte de la despensa. Los consejeros de las grandes empresas, a pesar de la contención salarial, van a ganar más de un 8% que en pleno ajuste. Los diputados y senadores, por la parte que les toca y que nos toca, han rechazado tocar sus pensiones. No puede extrañar a nadie que casi la mitad de los españoles crean que el año que viene será peor la situación económica de todos, salvo deshonrosas excepciones.

El egoísmo es un vicio que, como el caviar y las angulas, solo se lo pueden permitir determinadas gentes. Quienes no tienen gloriosos sobrantes no pueden ser egoístas, ni guardarse para ellos solos lo que no hay. Les está vedado convertirse en virtuosos de sus vicios porque los vicios suelen ser caros cuando son buenos de verdad. No se define bien al egoísmo cuando hablamos de él diciendo que se trata de un inmoderado y excesivo amor que uno tiene a sí mismo. No todos los egoístas son capaces de incendiar la casa de su vecino para freírse un huevo. Les basta con apropiarse de todas las gallinas.