LA CERBATANA

A QUIEN CORRESPONDA

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Cuando aquel domingo del mes de noviembre descorrió las cortinas de su dormitorio y se asomó por la ventana de su casa en el Paseo Marítimo pudo ver cómo una pareja de jóvenes caminaban de vuelta a casa.

Por un momento le vino a la memoria los tiempos en que él también era joven y también tenía una novia que hoy, treinta años después, era la madre de sus tres hijos, ya más que adolescentes. Recordaba cómo a la misma edad de aquélla pareja no se recogían tan tarde, o tan temprano, sino que se pasaban las noches en reuniones semiclandestinas de amigos compartiendo libros, panfletos y cigarrillos. Con la edad de aquellos adolescentes no había botellódromos, ni móviles, ni consolas, ni drogas más fáciles de encontrar que un abono de transporte. El tiempo lo aprovechaban en cambiar el sistema, en derrocar al dictador o en esperar agazapados el cambio de Régimen desde su perdido pueblo en la provincia de Cádiz.

La muerte del dictador llegó, como no podía ser de otra manera, y ahí estaban ellos esperando oportunamente. Corrieron delante de unos grises que ya no eran tan grises y fueron construyendo los cimientos de su casa, su casa de ellos. Los que entonces compartieron el tabaco negro mutaron al rubio americano y, poco a poco, se fueron haciendo con los cargos de las nuevas administraciones. El sueño de juventud se hacía realidad. Los viejos burócratas y carcas habían sido desplazados y apartados por los jóvenes licenciados en Filosofía o filologías varias. Estrenaron acolchados sillones y redecoraron los despachos.

Hoy, ellos son nuestro lastre. La eterna juventud no existe y el sistema de partidos implementado hace aguas. La endogamia franquista es ahora socialista. De unos apellidos a otros. El cambio llega tarde. Hemos perdido la esperanza siendo ésta lo último que se pierde. Y ellos no oyen que los ciudadanos están llamando a la puerta.