Matías Ruiz Cuevas, de 7 años y vecino del pueblo burgalés de Medina de Pomar, esperó dos horas, el miércoles, en Lezama para lograr el autógrafo de su ídolo. :: IGOR AIZPURU
Sociedad

El rey de la selva

Copa titulares, le cortejan los mejores clubes, le persiguen las fans, ... Llorente digiere este cambio agazapado en casa, con su novia de siempre y la familia, «para no olvidar quién soy»

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De puta a monja, en cinco minutos. De puta a monja, en cinco minutos». El nuevo icono del fútbol español se lo repite a todas horas. Con decisión y miedo. Cuando le vitorean miles de fans en el campo y la calle; cuando su nombre se repite en la prensa nacional, los tabloides ingleses o en la revista deportiva con mayor tirada mundial ('Sports Illustrated'); cuando revisa su agenda, sin un hueco hasta dentro de 15 días, preñada de compromisos mediáticos tan dispares como 'Cosmopolitan' y Al Yazira. Está naciendo por segunda vez, y para salir entero de ésta recuerda una y otra vez la castiza advertencia de Caparrós, el hombre que le sacó del banquillo y supo ver en él a la principal referencia ofensiva del Athletic. Fernando Llorente es tan correcto que jamás hablaría en público como el míster. Lo traduce a su manera: «De arriba abajo, en cinco minutos. De arriba abajo. El fútbol es así. Ahora estás arriba, y por nada estás abajo. Puedes llegar a creerte Dios. Como no controles un poco eso, te olvidas de quién eres, de dónde vienes y adiós, se acabó».

Conduce un Panamera -«la primera berlina de Porsche», detalla como queriendo quitarle caballos al asunto-, come bastante más pescado y menos carne de lo que le gustaría y le regalan la ropa. El resto de las manías y caprichos del punta español del momento son calcados a las del Fernandito de Rincón de Soto que machacaba la puerta de casa. «Su padre la tuvo que arreglar varias veces. Siempre andaba con el balón en el pie, la abollaba una y otra vez», añora David Pinilla, Pini. Allá todos tienen mote. Llorente es Conrao, como el padre y el abuelo. No se cansaba de meter goles.

Los buenos jugaban en un equipo y los malos en el otro, con él al frente. Las enganchaba todas. «No había manera de cogerle, pero tampoco había problemas. En realidad no nos daba tiempo a meter una patada. Nos hacía enseguida un ocho. Si alguno se enfadaba, él nos separaba. Siempre ha sido bueno, un pacificador», presume Pini. También, muy alto, guapo y presumido. Cómo lloraba cuando le llevaban a que Danielín, el barbero, le pasara la tijera. «Sí, sí, me pegaba unas lloreras que no veas. No me gustaba nada. Siempre he sido presumido». Ahora se recorta su frondosa melena de león en la peluquería Arco de Bilbao.

Como el segundo felino más grande del planeta tiene garras retráctiles -las puede sacar para rematar seis tantos en ocho jornadas y guardarlas para correr-, prefiere habitar en lugares abiertos -él lo hace en Berango, un apacible municipio a las afueras del congestionado Bilbao- y no puede sobrevivir en una sociedad compleja sin la manada, la familia, el equipo. Su padre, Fernando, el matarife ya jubilado de Rincón, le ha demostrado que se puede ser feliz deslomándose de sol a sol y llegar a casa para atender a un hermano ya anciano e impedido desde joven. Le lava, le da de comer, le cuenta algo. Su madre, Isabel, la librera que echará la persiana este año, cuida de la abuela, también mayor y pachucha.

En los pucheros de los Conrao se ha cocinado siempre buena carne y valores que a muchos les sonaron a ciencia ficción cuando los enumeró Vicente del Bosque con el Premio Príncipe de Asturias en la mano: «Esfuerzo, sacrificio, talento, disciplina, solidaridad, modestia». Sólo si los mamas desde pequeño puedes mirar con la serenidad de un mar en calma cuando miles de niños y adolescentes gritan tu nombre en las calles de Oviedo o cuando explicas cómo es eso de ganar un Mundial. «Es increíble, algo que lo puedes llegar a soñar de pequeño y parece mentira que se haya cumplido. Desde entonces, me sorprende que todo esto haya pegado un cambio tan radical... para bien».

Inglés y tres horas de siesta

El delantero de 25 años, maneras suaves de otro tiempo y ojos que atraviesan como goles, se sabe en el escaparate del mundo donde la gente se fija mucho cuando haces las cosas mal. «Tienes que intentar que no pase eso, y tienes que poner todos los medios disponibles para descansar». Él no se corta. Duerme ocho o nueve horas, sin olvidar la siesta...¡de dos o tres! «Es que soy de dormir bastante». Ahora sólo puede cerrar esas pestañas interminables unos minutos después de zamparse una de sus ensaladas con fruta. Su especialidad. Aprovecha la sobremesa para aprender inglés. Cada vez viaja más y le repatea no entenderse con la gente. De paso, se prepara para lo que venga. Se resiste a ponerle nombre y país. «Los periodistas quieren salseo, pero yo estoy a lo que estoy. En un futuro, veremos...».

Parece asustado y quiere discreción. Pero si mides 1,94 y metes todo lo que tocas es complicado. En el Mundial, desde su irrupción en el partido de octavos contra Portugal, el panorama cambió de forma radical. Demostró que sus centímetros son un arma a tener en cuenta, que 'La Roja' puede jugar en vertical, que está dotado técnicamente y que se puede ser de Rincón de Soto y lucir porte californiano con naturalidad.

«Está a punto de nacer una estrella mediática. Hay muchísimos buenos deportistas, pero poquísimos que sean figuras de masas. Y subir ese escalón no depende de ellos, sino de la audiencia, de la sociedad. De pronto te adjudican una serie de atributos extradeportivos y saltas ese escalón», razona Borja Puig de la Bellacasa, consejero delegado de Bassat Ogilvy Comunicación. Llorente tiene ahora un pie en alto, a punto de posarlo en ese escalón, y no dependerá de él que lo haga. «Él va a pasar a ese escenario porque las audiencias lo quieren. Debe ser consciente de eso y saber medir muy bien porque es un salto con riesgos».

Llorente tiene dos buenos amortiguadores. Su hermano Chus, quince años mayor, le da «caña». Es el que engrasa y aprieta las tuercas. Con su novia de toda la vida, una endocrina guipuzcoana, va al cine y trata de buscar algún rincón donde pasar desapercibido. Son los dos hombros en los que más ha llorado. Ahora nadie concibe un Athletic sin su '9', pero hace tres años le pitaban en 'La Catedral'. El chaval que aterrizó en Bilbao con 12 años, que vivió con una familia que no era la suya, que debutó con Valverde en 2005, chupó banquillo con Clemente y resucitó con Caparrós, ha tenido que esperar hasta este año para abandonar San Mamés con el público en pie gritando su nombre. Fue el lunes 29 de marzo, frente al Racing. «Inolvidable». Marcó dos y dio en bandeja un tercero a Toquero.

Una foto suya gigante preside ahora la fachada exterior del campo. Él no la mira. «Trato de olvidarme de todas esas cosas. No salgo, no ando por Bilbao. Lo importante es el trabajo, el equipo, el esfuerzo, la constancia».