Tío Juan 'El Batacazo', a sus 75 años, es uno de los gitanos 'viejos' más queridos y respetados del barrio de Santiago, el corazón romaní de Jerez. En la imagen, posa en su 'santuario' de la calle Cantarería. :: JAVIER FERNÁNDEZ
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La Unión Europea cita la provincia como un modelo de integración

La comunidad gitana en Cádiz es diversa, integrada y mestiza. En plena ofensiva francesa, Europa enarbola su ejemplo La UE propone a los gitanos de la provincia como 'modelo' a exportar

JEREZ / ALGECIRAS. Actualizado: Guardar
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En la casa de Tío Juan 'El Batacazo', cruzando el patio que sombrean los jazmines, hay un pequeño santuario hecho de fotos, cuadros y recortes. Rafael de Paula, Lola Flores, Camarón de la Isla. «Charlot era gitano», dice, y levanta un poco la barbilla, como esperando la réplica. «Y Cantoná». Tío Juan deja el puro en una esquinita de la mesa y empieza a buscar algo en un revoltijo de revistas, carpetas viejas, cintas de vídeo. Saca un sobre grande en el que guarda un puñado de páginas de periódicos, dobladas y amarillas. «Esta de aquí era prima hermana de mi madre». En la imagen se ve a una chica guapa, sonriente y morena, que mira desde abajo a Gary Cooper. «Nosotros siempre hemos sido gitanos serios, presentables, gente de bien», explica, levantando la foto como si fuera una prueba incontestable.

Juan Blanco, Tío Juan, 75 años, calle Cantarería, en el corazón del barrio jerezano de Santiago. Casa de vecinos. En el patio, además de sillas y flores, hay una pileta antigua, de cerámica clara, con arabescos azules. Tío Juan se deja caer en ella, aviva la brasa del cigarro y cuenta: «Mi padre era capataz en un cortijo de la carretera de Lebrija. Tenía cuadrillas a su cargo de 40 y 50 hombres. Vivíamos en la gañanía, en grupo. Comíamos allí. Dormíamos allí. Las tareas que no quería nadie, las más duras, eran para los gitanos. Mi padre trabajaba todo el día. Tuvo que ganarse el respeto de los señores, porque cada vez que alguien ro baba algo, cuando fuera, donde fuera, la Guardia Civil venía a pedirnos explicaciones. Pero éramos honestos. Tanto que nunca nos hizo falta buscar otro sitio en el que trabajar , porque el patrón estaba contento».

Toma aire, da otra larga calada, y termina: «Por eso me parece bien que expulsen a los gitanos ladrones de Francia. Porque nosotros, durante años y años, hemos tenido que luchar mucho para ganarnos un respeto. Y ahora vienen algunos, hacen cosas feas, mandan a los niños a robar, y entonces todo lo que hemos adelantado no vale nada. Porque eso es lo que la sociedad ve. Eso es lo que se queda». Parece que a Tío Juan se le ha torcido la mañana. Sabe que su opinión es dura, así que suaviza la expresión y matiza: «En el fondo me da igual que sean gitanos, payos, alemanes o moros. La buena gente tiene que encontrarse siempre las puertas abiertas. La mala, no».

Un modelo a seguir

Según Unión Romaní, en la provincia de Cádiz viven aproximadamente 65.000 de los 300.000 gitanos que residen en Andalucía, que a su vez son más de la mitad de los que hay en España. Manuel García Rondón, su secretario general, puntualiza que los datos no dejan de ser estimativos porque «cada vez es más difícil cuantificar a una población insertada y mestiza, sobre todo en el Sur, donde la integración se considera ejemplar».

Así lo acredita la Comisión Europea en el informe 'El Estado y los gitanos', un documento oportunamente recuperado ahora -en mitad de las polémicas expatriaciones masivas de Sarkozy- en el que se aboga por exportar el modelo 'andaluz' al resto de Europa, después de varios años de investigaciones sobre el terreno, buena parte de las cuales toman la provincia como referencia. «Allí hay barrios y pueblos que se dividen de manera informal, permeable, en parte gitana y no gitana o paya, pero los intercambios entre etnias, la reciprocidad y los matrimonios mixtos son mucho más frecuentes que en los pseudo-guetos de los centros industriales de otros lugares de Europa», afirma el profesor de la Universidad de Granada Gunther Dietz, uno de los autores del estudio. La pedagoga y antropóloga Maripaz Peña, que formó parte del equipo como responsable del área de Jerez, destaca la ausencia de conflictividad, el nivel de alfabetización y el grado de acceso al mercado laboral como algunos de los puntos fuertes de la comunidad gitana en la provincia, «aunque aún quede mucho trabajo por hacer».

Cristina Flores, coordinadora de la Fundación Secretariado Gitano en Cádiz, está de acuerdo. «Hace ya tiempo, por suerte, que el chabolismo es un fenómeno erradicado, insignificante, y aunque hay población gitana, sobre todo en el Campo de Gibraltar, que sigue manteniendo el hábito de concentrarse, hoy por hoy son una minoría en comparación con la que vive dispersa, integrada en las ciudades, independientemente de que haya preferencia por determinadas zonas». La estampa de la choza de palé y uralita, la basura acumulada y los niños descalzos, salvo que se persiga a conciencia, o se provoque, ya no es habitual ni representativa.

José Rodríguez Román, 55 años, nacido en Casablanca, Marruecos, durante el protectorado francés, domina cinco idiomas. Toma el fresco en el patio de su chalé de El Rinconcillo, en Algeciras, presidido por una enorme bandera de España, recuerdo de la pasada victoria en el mundial. Dentro de un rato, cuando los nietos se lo permitan, bajará a la Peña Camarón, a jugar al dominó con sus compadres. José habla de la sospecha que, por defecto, viene despertando entre muchos 'gachós' desde que tiene uso de razón. Sin embargo, su malestar es doble: «Por una parte, es indignante que a todo el mundo se le presuponga la honestidad cuando empieza en un trabajo, por ejemplo; a nosotros nos pasa al revés. Somos vagos, informales o delincuentes, hasta que no demostramos lo contrario. Pero lo peor viene después, cuando tus compañeros ven que eres trabajador y decente, que te manejas con los números y hablas inglés, y te sueltan: 'Es que tú no pareces gitano'. No se dan cuenta, pero están insultando a mi pueblo».

Su mujer, Romi, dice que en cuanto sus hijos decidieron que seguirían estudiando, les dejó bien clarita una cosa: «Lleváis una etiqueta en el pecho que dice: 'Soy gitano'. Es un orgullo, pero en este mundo también puede ser un problema. Vosotros tendréis que esforzaros el doble. Ya de mayores, con las carreras terminadas, me dieron la razón».

Sangre nueva, viejos valores

José se despide de los críos, sale de la urbanización y enfila la avenida que conduce al centro, bordeando el puerto, donde trabaja desde hace años. En una esquina de la plaza del Mercado le esperan sus compañeros de partida. Más abajo, en la misma calle, viven Samara Martín Heredia (27 años, auxiliar de Enfermería) y Mateo Heredia Montoya (20 años, estudiante de Ingeniería Técnica). Representan una generación distinta, criada lejos de los polos marginales, pero educada en unos valores que enraízan directamente con las añejas tradiciones de su estirpe: «El respeto a los mayores», apunta Mateo, «o el sentido de pertenencia a una familia». Samara desgrana otra: «La honra de la mujer. Yo llegué virgen a mi noche de bodas. Así lo probó el pañuelo. Me gustaría que mis hijas hicieran lo mismo».

Rafael Monge, jubilado, 72 años, ex jornalero y operario de Rumasa, pone un DVD con la boda de su hija, Almudena, mediadora social. La Asunción es uno de los barrios preferentes, no exclusivos, de la comunidad gitana en Jerez. Rafael explica, de una forma muy llana e ilustrativa, cómo los conceptos de 'integración' o 'mestizaje' pueden ser perversamente manipulados, hasta convertirse en sinónimos de 'desapego' o 'renuncia'. «Es cierto. Los gitanos de por aquí son muy payos, por una parte, aunque siguen siendo muy gitanos, por otra. Pero no me gusta que se hable de los 'buenos gitanos' para referirse a los que no siguen las antiguas costumbres, a los 'modernos'; mientras que los gitanos que viven como antiguamente son los 'raros'. Se puede salir adelante con lo mejor de las dos maneras de ver la vida. Ése es el camino que todavía queda por delante».