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Podría establecerse una correlación significativa entre lo que uno gasta en ropa y lo que gasta en libros

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Todos tenemos algún amigo raro. Yo, por ejemplo, conozco a un tipo que no se ha comprado un par de zapatos nuevos en lo que va de 2010. De hecho, según dice, tampoco se ha gastado ni un euro en ropa. Y va a aguantar así hasta el final de año. Yo le miro de lado y levanto la ceja izquierda para escrutar el anzuelo de su sonrisa, pero le creo. Estoy seguro de que no miente. Fíjense, sigue poniéndose las camisas y los pantalones de la temporada pasada y de la anterior. ¿Pueden creerlo? De hecho, asegura que hay algunas prendas que lleva usándolas diez años y más. Siguen en buen estado. ¿A quién le importa?, alega él. En fin. Me pregunto si uno es, de algún modo, responsable de la gente que conoce. Y supongo que no, claro. Sólo faltaría eso. Pero a mí me cae bien. Y sí somos, en el fondo, un poco cómplices de la gente que nos cae bien, ¿no? Cómplices por simpatía, podríamos decir.

El tipo del que les hablo es totalmente real, y no lo saco a colación con la intención de criticar su comportamiento sino por todo lo contrario. Le admiro por muchas razones y me parece que su actitud como consumidor es razonable y equilibrada. De modo que me he propuesto imitarle y aguantar un año entero sin comprar ropa nueva. Ni siquiera por Internet. Por lo menos, lo voy a intentar. Nuestros armarios están repletos, hablo en general. Tenemos dificultades para guardar el calzado que apenas usamos. Por no mencionar el resto de los objetos y enseres que se amontonan en nuestras casas. Es preciso hacer algo. Hay que frenar. En realidad, ya hay mucha gente que está empezando a considerar una idea hasta cierto punto revolucionaria: que se puede vivir mejor con menos cosas. Y bueno, luego está todo este loco asunto del comienzo de curso: el 'enorme' gasto que supone llevar a los niños al colegio y todo ese rollo. Es como para echarse a llorar.

Un año tras otro, los informativos de las cadenas de televisión salen con la misma monserga insufrible en torno al precio de los libros de texto. Gente de clase media lamentándose ante las cámaras de que los libros son muy caros. Cada septiembre es igual. Produce una molesta mezcla de vergüenza y tristeza asistir a este penoso espectáculo nacional. No sé si harán lo mismo en otros países, pero lo dudo. Desde luego, aquí se respira la sospecha de que una parte importante de la población desprecia los libros. Estaría bien que a manera de experimento sociológico se estimara la media del gasto anual en libros por persona y se comparara con cualquier otro producto. Con ropa, por ejemplo. O con cervezas. O con móviles. El tipo del que antes les hablaba es un lector habitual. Se me ocurre que quizá hasta podría establecerse una correlación significativa entre lo que uno gasta en ropa y lo que gasta en libros. No dejaría de ser un dato curioso. Ahí lo dejo.