NADANDO CON CHOCOS

ASEPSIA

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Todos los humanos con miras más allá del litigio de los Thyssen-Cervera quieren cambiar el mundo, aunque cada uno quiera uno distinto. El que promueven algunos con éxito rotundo luce de escamondado, como el paraíso de la asepsia. Es una tabula rasa de metal galvanizado, concebido desde la arquitectura práctica de espacios limpios y rincones zen en el que los pedos huelen a espuma de roca de mar o a la última creación de Ferrán Adrià.

Por este camino por el que nos quieren llevar, desinfectado con lejía Conejo y sembrado de carteles de 'Precaución, suelo resbaladizo', no se permite, por ejemplo, repartir pestiños sin carné de manipulador de alimentos. Ni siquiera en la Caleta, no sea que a Carmeluchi le suba el azúcar, o que a Bernabé se le corte la tortilla de papas y casque de una mala digestión entre las 'pieras'. Los ayatolas del higiene prefieren que se pudra en una residencia de ancianos, que es mucho más efectivo y ni siquiera se nota. Ya han conseguido que se erradique la enfermedad de las calles y la muerte de las casas. Hospital, tanatorio y al hoyo en una ceremonia íntima. Y rápida.

Recientemente, han logrado eliminar los toros de Cataluña. No van a parar ahí. Un día no lejano terminarán con los encierros por las calles, las carreras del Palio de Siena, los animales de tiro en el campo, los perros con correa, la resaca, los besos con sabor a tabaco, los polvos adolescentes en los bancos del parque y hasta el exceso de velocidad de las gaviotas con el Levante de cola, no sea que se lastimen contra la barandilla del Puente. En ese mundo futuro no cabrá nada que no sea susceptible de protagonizar la portada de una revista de tendencias. Ese día, de limpio, el mundo se morirá de asco.