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Las vacaciones de la crisis

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En la tertulia que ha cerrado el curso radiofónico y que, como exigía el guión, hemos conversado sobre las vacaciones de la crisis, hemos propuesto unas fórmulas que, aunque son simples, obvias y económicas, pueden proporcionarnos un ocio estival notablemente gratificante, placentero y rentable. Hemos coincidido en que ésta es la ocasión propicia para emprender ese viaje que, debido a esas convenciones sociales, habíamos ido aplazando año tras año. Nos referimos a esa incursión al interior de nuestros recuerdos más gratos y a esa escapada al territorio de los proyectos más ilusionantes. Se trata, en primer lugar, de que, en este paréntesis veraniego, hagamos un vacío espacial y temporal con el fin de lograr una desintoxicación corporal y espiritual. Todos hemos estado de acuerdo en que, a lo largo de este curso, han sido excesivas las informaciones que han saturado nuestro organismo y nuestro espíritu con toxinas generadas por esos gérmenes patógenos que, lanzadas por los medios de comunicación, están haciendo irrespirable el clima social. La gravedad de la crisis estriba en que, además de vaciar los bolsillos, está generando una atmósfera viciada que hace aún más difícil la reflexión, la contemplación, la comunicación, la convivencia y la colaboración. Las propuestas concretas han sido las siguientes: que busquemos un espacio silencioso en el que cada día dediquemos, al menos media hora a no hacer nada e, incluso, a aburrirnos; que lentamente leamos ese libro -uno solo- que, comprado hace tiempo, aún permanece cerrado; que releamos aquella otra obra que tanto nos interesó; que durmamos mucho y profundamente; que soñemos durante el sueño y, también, despiertos; que repasemos las fotos y los vídeos de viajes anteriores; que conversemos, contemos historias y, sobre todo, que viajemos a nuestro interior con el fin de reencontrarnos con nosotros mismos. Este plan tiene la ventaja de que, cuando terminen las vacaciones, no tendremos necesidad de acudir al psicólogo en busca de una terapia que nos cure el estrés posvacional -que, por lo visto, sólo se produce en los países ricos- y que facilite el regreso a la bendita rutina laboral sin abatimiento, sin tristeza, sin angustia y sin irritablidad. El único inconveniente es que, después, no podremos responder a los que nos pregunten sobre las vacaciones y que tendremos que renunciar a ese ejercicio tan gratificante como es el de relatar, ayudados de las ilustraciones fotográficas, nuestro sorprendentes, caros y cansados viajes a los lugares más remotos.