LA HOJA ROJA

SI ES CON BARBA, SAN ANTÓN

Un carnaval en verano es, por definición, una contradicción en la esencia de la fiesta. Es como si Sevilla celebrara su feria en octubre

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Una de las cosas que más agobio nos daba cuando éramos niños -nunca nos dijeron que pudiera crearnos un trauma- era ver cómo el inútil del Coyote utilizaba de forma patética toda la tecnología de la marca Acme para intentar cazar al Correcaminos. Como si la fabricaran en Cádiz, la marca Acme se caracterizaba porque una y otra vez, sin solución de continuidad, la dinamita explotaba antes de tiempo, la piedra calzada con una palanca sólo caía cuando el coyote se ponía debajo para inspeccionarla, el cohete gigante se apagaba en el último momento.todo un catálogo de frustraciones que hacían que nosotros deseáramos una última oportunidad para el personaje más conmovedor de Chuck Jones. «Inténtalo de nuevo, seguro que la próxima vez te sale bien», decíamos desde el sofá de nocilla y cola-cao, mientras el Correcaminos pasaba sin problemas por el túnel pintado en la roca, sabiendo de sobras que el Coyote se estrellaría nada más calzarse sus patines de última generación. Nunca hay otra oportunidad.

Por eso, cuando la edad adulta nos llegó con los Teletubbies y sus «otra vez, otra vez», quisimos entender que todo en la vida tiene una segunda parte -bueno, por eso y porque no nos dejan que una película termine para siempre, y nos torturan con la primera, la segunda y hasta la tercera secuela de lo mismo-. El efecto Teletubbie, ya lo saben, es el que marca los designios de nuestro mundo. Nada que ver con aquella guerra fría de la Warner en la que uno terminaba por dar su brazo a torcer y decir «esto es lo que hay y no se puede hacer más».

Instalados, como estamos, en un lejano lugar donde los teletubbies salen a jugar -el debate sobre el techo del gasto tuvo lugar allí- todo puede tener su «otra vez, otra vez». Diez años lleva Zapatero al frente del PSOE, y ya lo saben, no pasa -ni pasará, eso es lo malo- nada. Que los parados de San Lorenzo se cansan de su Gran Hermano particular y, después de tres meses, se dan cuenta que lo de 'San Lorenzo Church' se ha convertido en un coñazo, pues nada, a recoger las colchonetas y a la calle. Que los desempleados de larga duración -una forma tan eufemística como otra de llamarlos- siguen sin encontrar empleo y se acaba el subsidio, pues se prorroga la medida seis meses más y no pasa nada. Que lo del puente va para largo, no pasa nada, que el «hito» del Doce sale a concurso -lo del premio y las bases, también son de la marca Acme- no pasa nada. Que los coristas piden que les paguen inmediatamente o si no boicotean el «tradicional» carrusel de verano, pues se paga, y no pasa nada. Siempre se puede volver a intentar. Efecto Logse, qué le vamos a hacer.

Y en esa línea, nada sorprende que la plataforma para la repetición del Carnaval en verano haya encontrado el eco en éste, que debía ser un valle de lágrimas y de crisis. Nada tengo en contra de las supuestas iniciativas espontáneas y populares porque presupongo que producen un movimiento, y el movimiento es un fenómeno físico que implica siempre un cambio de posición, algo que estamos necesitando como el comer. Nada tengo en contra de esta manifestación festiva en la que, dicen, no hay orden ni protocolo, en la que sólo el tres por cuatro marcará el compás. Nada tengo en contra del cartel, que me parece mucho mejor que el del Carnaval oficial -me encanta lo de «para que la lluvia sea de papelillos»-. Nada tengo en contra de que el Canijo saque a pasear su ingenio vestido de «pulpospol». Pero mucho me temo que detrás de todo esto, hay más. Y no nos lo han contado.

Para empezar un carnaval en verano es, por definición, una contradicción en la esencia de la fiesta. Es como si Sevilla celebrara su feria en octubre porque en abril las aguas mil caben en un barril, o como si la Semana Santa se trasladara a verano para evitar imágenes como la de Martín José García abrazado a su cucurucho -¡uy!, mejor no dar ideas. Que llueva en febrero es lo más normal del mundo, con permiso de Al Gore quien, por cierto, lleva mucho tiempo calladito. Que nunca llueve a gusto de todos, también es cierto. Pero que se repita el carnaval porque no nos salió bien a la primera, me parece un poco teletubbie, la verdad. Sobre todo cuando, detrás de la ingenuidad, detrás de la espontaneidad hay todo un aparato de apoyo logístico al determinismo y el aborregamiento. Ni el carnaval de verdad tiene un programa tan estructurado. Y ojalá me equivoque, pero lo de quedar en la Caleta a la puesta del sol y luego ir por donde marca la cañada, mientras los coros han estado presionando al Ayuntamiento con la amenaza de no cantar ni no hay alpiste, no me parece lógico en una convocatoria como la de Facebook que presume de no tener organizadores ni reglas. En fin. Y así estamos, tan acostumbrados al mamarracho, que si sale con barba es San Antón, y si no puede ser cualquier cosa, que no pasa nada. Todo vale. Como si viviéramos en Pleasantville, todo más dulce y empalagoso que el Show de Truman. Aunque como no está bien tirar piedras contra el propio tejado -que es lo que solemos practicar por aquí como deporte nacional- no me hagan mucho caso. También tengo mi lado teletubbie, no se crean. Sobre todo en lo de mirarme el ombligo, a esto me acostumbraron tres mil años de historia. Así, que si no nos vimos anoche, puede que nos veamos hoy. Quizá repita.

Tal vez, disfrazada de Correcaminos, que lo de ser Coyote ya no está de moda.