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De ostras y perlas

Zapatero tiene un problema freudiano con la Nación. Cada vez que la menciona sube el pan

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El Debate sobre el Estado de la Nación (DEN), una práctica introducida por Felipe González en 1983 y respetada desde entonces por los dos presidentes que le han sucedido, es una disciplina ajena a la lógica de un régimen parlamentario como el nuestro. Su supuesto modelo, el norteamericano, no tiene en realidad nada que ver. El 'State of the Union Address' del presidente norteamericano es una ocasión única en la que el mandatario resume la situación del país y esboza su agenda legislativa y ejecutiva ante unas Cámaras que no vuelven a verle el pelo hasta el año siguiente. Las Cámaras en un régimen presidencialista hacen las leyes pero apenas controlan al Gobierno. Aquí, donde el Gobierno, con su presidente al frente, se somete al control parlamentario todas las semanas y además se celebran debates monográficos al más alto nivel sobre todos los temas importantes, este formato es más bien extravagante y, sobre todo, una obvia redundancia. Su falta de entidad real es lo que lo convierte en un 'infoshow' político, sin ninguna trascendencia práctica.

Con el paso de los años, el DEN se ha consolidado como un combate de boxeo entre un campeón (el presidente) y un aspirante (el líder del principal grupo de la oposición). El resto son, para los medios y para la opinión pública, combates de exhibición del campeón a los que se presta una atención distraída. Año tras año, asistimos a la reedición del espectáculo, con escasas variaciones. Año tras año, a la expectación sigue la decepción. Los púgiles se conocen muy bien, cada uno sabe del pie que cojea el otro, uno y otro buscan más el aplauso de los 'hooligans' de la propia bancada, y el tono bronco se impone por defecto. Tiende por eso a ser un debate más bien improductivo. No es de extrañar que las audiencias flojeen: las de este año han sido las más escasas del ciclo político que se inicia en 2004.

Ahora bien, en tantas horas de aburrirse como ostras siempre surge -y no es de extrañar por lo de las ostras- alguna que otra perla, natural o cultivada. Este año el presidente Zapatero ha dejado algunas de lo más notable. Así, su cruzada contra los anuncios de contactos, o su interpretación de que la deportación de los presos de conciencia cubanos equivale a su libertad.

Pero la más importante es su atrevida incursión en los predios de la ciencia política y constitucional, cuando considera que no hay inconveniente a que una Comunidad se defina como «nación política». ¡Qué espanto! La nación política es desde los Seis Libros de la República de Jean Bodin el ámbito propio de la soberanía. La soberanía nacional, que reside en el pueblo español se predica, justamente, de una Nación política llamada España. Esa Nación política es, por exigencia lógica, única e indivisible. Zapatero tiene un problema freudiano con la Nación. Cada vez que la menciona, sube el pan. No estaría mal que la dejara un ratito tranquila.