TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

BAÑISTAS CONTRA EL EJÉRCITO

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Las sombrillas pacifistas intentarán reconquistar a mediodía de hoy la Playa del Almirante entre El Puerto de Santa María y Rota. La arena para los bañistas y no para el Ejército más poderoso del mundo que sigue utilizando buena parte de la base militar que ahora es oficialmente española, ma non troppo. La convocatoria corre a cargo de la Red Antimilitarista No Violenta de Andalucía, que responde al pintoresco acrónimo de RANA y que ha convocado a quien quiera sumarse a personarse junto a la valla que divide la playa de Fuentebravía de la del Almirante, bajo el eslogan 'Playas militares para baños populares', con el propósito de recobrar dicho entorno para el uso civil.

Está a punto de cumplirse el trigésimo aniversario de la primera marcha contra la Base, celebrada en 1981, pero que este año se ha atrasado desde su habitual mes de mayo hasta el próximo otoño para hacerla coincidir con una movilización mundial en contra de este tipo de instalaciones. Y también está a punto de renovarse, por cierto, el acuerdo entre Estados Unidos y España para mantener las cosas bélicas como están o propiciar, incluso, nuevas ampliaciones de naves y hangares, por no hablar del dispositivo Afrikom, de intervención sobre el continente vecino. Así las cosas, habrá que preguntare qué percibe, por cierto, el Ayuntamiento de Rota por la hipoteca que supone la base. Apenas, grosso modo, unos 300.000 euros anuales, en concepto de impuesto de circulación, ya que no se paga radicación por sus 2.400 hectáreas. En breve, la Universidad de Cádiz editará la tesis por la que María del Rocío Piñeiro Álvarez, bajo la dirección de Julio Pérez Serrano, obtuvo sobresaliente cum laude y que gira en torno al título de 'Guerra y medio ambiente: una historia de la base aeronaval de Rota (desde 1953 hasta la actualidad)'. Su contenido arroja reveladores datos sobre las luces y las sombras que la Base arroja sobre los sectores primarios de la economía local, pero también sobre el turismo. Sin embargo, el propósito fundamental de la tesis se centra en el análisis del impacto sobre el entorno biofísico de la Base: «Si bien es cierto que dentro del recinto se encuentran en mayor número que en los alrededores algunas especies en peligro de extinción, como el camaleón, también hay que señalar la contaminación del mar, acústica, el potencial peligro de un accidente nuclear... En definitiva, lo que estamos analizando es el impacto de la guerra sobre el medio ambiente, incluyendo en éste la economía, la sociedad y la cultura. EE UU se convierte en la década de los cincuenta al llegar a Rota en un pueblo colonizador de forma que este núcleo gaditano se convierte en una colonia que vive por completo orientada hacia la Base. Esta dependencia además de las consecuencias económicas que tiene para el futuro de Rota, supone que se convierta en objetivo militar de primera magnitud en caso de un conflicto bélico y que se exponga a los peligros de las instalaciones en sí ubicadas dentro del recinto militar».

Los antropólogos Ángel del Río y Juan Manuel Sánchez García realizaron, por su parte, en 2004 un curioso estudio sobre la marcha a Rota, como peregrinación anual de la izquierda andaluza, con todo lo que tiene de «simbolismo e identificación en un ritual político». Se da la circunstancia de que los autores han participado en la práctica totalidad de las ediciones que se han producido hasta hoy. A su juicio, la marcha ha vertebrado desde entonces a la izquierda andaluza junto con la de otros territorios del Estado español y de Portugal: «Y es que dada la extensión territorial de Andalucía -afirman-, una convocatoria unitaria requiere de un enorme esfuerzo sólo en lo que a desplazamientos concierne. Hay que señalar que la base de Rota se encuentra en la Bahía de Cádiz, en uno de los extremos de Andalucía, y llegar hasta ese punto suponen largos y pesados viajes de cientos de kilómetros para muchos andaluces, especialmente de las comarcas orientales, que tuvieron que soportar las pésimas condiciones de las carreteras que había con anterioridad a la construcción de la Autovía del 92, llegando a durar el viaje en autobús más de diez horas desde algunas zonas distantes. Es por ello, por lo que, entre los varios referentes simbólicos que bien podrían haber actuado de catalizadores para una protesta de ámbito y convocatoria andaluza, sólo uno tendría razón de ser viéndolo en términos de operatividad y posibilidades reales de organización. La Marcha a Rota ha sido, finalmente, el ritual político que ha aunado el mayor número de adhesiones, prácticamente la de la totalidad de la izquierda social andaluza, porque la significación que adquiere, como veremos, va más allá de la lucha sectorial que reivindica el rechazo a las bases militares».

Hasta la fecha, y sobre todo en los momentos que rodearon a la invasión de Irak en 2003 cuando se congregaron 25.000 personas, la marcha a Rota venía siendo, a juicio de ambos antropólogos, la única movilización que «ha perdurado en el calendario reivindicativo ritual de numerosos andaluces y andaluzas, erigiéndose en una suerte de peregrinación que congrega a gran parte de la izquierda articulada de Andalucía: partidos, grandes y pequeños, de todos los colores -comunistas, trotskistas, nacionalistas, socialistas, ecopacifistas-; organizaciones de izquierda heterodoxa, juveniles, sindicatos, cristianos de base y una variada gama de colectivos que componen el arco de los movimientos sociales alternativos: pacifistas, antimilitaristas, ecologistas, feministas, gays y lesbianas, okupas, de solidaridad internacional, de derechos humanos, vecinales, y un largo etcétera que confluye hoy día en el llamado movimiento antiglobalización».

Vale que Rota cambie de marcha pero que no la pierda. Sobre todo, en vísperas de la negociación de un nuevo acuerdo con Estados Unidos para la utilización parcial de esta base, ya oficialmente española aunque Washington se niegue a reconocer el convenio de sus trabajadores civiles.