Editorial

Denunciar el maltrato

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El asesinato de la joven Mónica González, degollada por quien era su pareja en la localidad gerundense de Salt, se sumó a las otras cuatro víctimas mortales que la última semana añadió a la escalofriante estadística de la violencia de género. El hecho de que esa misma localidad se estremeciera el pasado lunes por la muerte de otra mujer, Farida B., a manos de su marido refleja hasta qué punto tan abominable conducta puede mostrarse insensible a la creciente movilización de la conciencia ciudadana, de igual modo que el victimario se manifiesta indiferente ante la certeza de que, una vez cometido el crimen, será puesto a disposición de la Justicia, a lo que en muchas ocasiones accede por propia voluntad. La naturaleza implacable de esta violencia posesiva suscita continuos interrogantes respecto a la eficacia de las normas penales y de las medidas de protección en cuanto a la prevención de tan temible patología social. Pero la persistencia de los asesinatos no puede poner en duda que, aun perfeccionando la legislación y mejorando los mecanismos de vigilancia, el verdadero antídoto es la denuncia inmediata del maltrato y de la amenaza, que no se había dado en algunos de estos últimos casos.