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Atentado contra el expreso de Bombay

La pobreza en la zona este del país ha dado fuerza a una guerrilla que cuenta con casi 20.000 efectivos y pone en jaque al Gobierno Más de cien personas fallecen al chocar su tren contra un mercancías tras un ataque de los maoístas

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Los investigadores no se ponen de acuerdo: unos sostienen que la clave del atentado que ayer dejó más de cien muertos y alrededor de 160 heridos en Jhargram, a 150 kilómetros de Calcuta, está en una bomba colocada en el interior del Jnaneswary Express, ya que los supervivientes aseguran haber escuchado una explosión; otros sostienen que la razón de que descarrilara el tren 2.102, con destino a Bombay, está en el sabotaje de los raíles, una teoría que parecían respaldar las imágenes de televisión que mostraban la falta de medio metro de vía y varias decenas de traviesas.

Los rebeldes maoístas, que buscan provocar una revolución agraria en el subcontinente, fueron los primeros sospechosos porque en el lugar del suceso se encontraron octavillas y carteles de los insurgentes, y, además, el ferrocarril es uno de sus principales objetivos terroristas. La zona en la que se produjo el ataque -en realidad buena parte del este del país- también se ha convertido en uno de sus principales bastiones, donde se calcula que pueden ocultarse entre 10.000 y 20.000 activistas. El Comité Contra las Atrocidades de la Policía, un subgrupo de la facción armada de inspiración comunista, confirmó horas después su responsabilidad.

Todo comenzó a la 1.15 horas. El convoy descarriló y al menos trece vagones quedaron tendidos sobre la vía paralela. El atentado no habría cobrado una magnitud tan macabra de no ser porque cinco minutos después, justo cuando la gente escapaba o ayudaba a los heridos, un tren de mercancías que circulaba por esa segunda vía, y transportaba hierro, no consiguió frenar a tiempo. Rozó los vagones del Jnaneswary Express que se mantenían en pie, cortando los cuerpos de aquellos que trataban de salir por puertas y ventanas, hasta cincuenta, según diversas fuentes, y chocó contra cinco de los que habían descarrilado. En dos de los vagones no hubo supervivientes.

«Una pesadilla gore»

El diario nacional 'The Times of India' definía ayer el escenario del atentado como «una pesadilla gore». «El tren sufrió un volteo brusco y tanto los pasajeros como el equipaje comenzamos a caer de las literas», relataba al rotativo indio Neelam Saluja, que viajaba con su marido y su hija. «Se apagaron las luces y, finalmente, el tren frenó. Luego llegó el gran choque.

Los conductores del Jnaneswary Express consiguieron escapar con heridas leves, y el responsable del tren de mercancías salió completamente ileso porque saltó antes del choque. No tuvo tanta suerte su compañero, muerto en el acto. Muchos viajeros heridos de gravedad perecieron debido a la lentitud de los equipos de rescate, que tardaron dos horas en llegar al lugar, un descampado a cuatro kilómetros de la aldea más cercana.

Finalmente, la Fuerza Aérea desplegó seis helicópteros que reemplazaron a las ambulancias como medio de evacuación de los heridos más graves, pero en la mayoría de casos ya era tarde. «Es fácil atacar un tren», reconocía la ministra de Ferrocarriles, Mamata Banerjee. «Tenemos 65.000 kilómetros de vía y la mayoría de los expresos viajan de noche», añadió, antes de prometer una ayuda de medio millón de rupias (8.650 euros) para las familias de cada fallecido, y de una quinta parte para los heridos.

El atentado de ayer se enmarca en la ofensiva que han lanzado este año los rebeldes maoístas, que ya saltaron a las portadas de todo el mundo el pasado 6 de abril, cuando asesinaron en una emboscada a 75 policías indios.

Un mes después, el 17 de mayo, otras veinte personas, entre ellas varios civiles, fueron víctimas de un ataque contra un autobús en el que también viajaban militares. Después de esta matanza, el Ejecutivo federal anunció una profunda revisión de su combate contra los maoístas utilizando, incluso, fuerzas militares. Hasta ahora, la responsabilidad de capturar a los insurgentes, que se alzaron contra el Gobierno en los sesenta, recae en las policías locales y federales.