SAN FERNANDO

Aunque ya no haya arreglo

Francisco Javier de Las Cuevas deja en un libro su lucha contra la leucemia que se lo llevó

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A veces la vida regala un ser excepcional, que llena la existencia de aquellos que se cruzan con él. Como el rayo de sol que hace temblar el cuerpo insuflando calor tras una brisa de otoño. Como un destello que ilumina un espacio cerrado. Como esa canción que en un momento determinado acompaña porque da fuerza o porque recoge lo que se siente. Pero al igual que da esos regalos, a veces tampoco deja que se disfrute de ellos mucho en el tiempo. Tan solo lo suficiente para que cambie a las personas que han tenido la fortuna de coincidir con ese ser. Porque la vida al igual que sabe sorprender también sabe algo de ser injusta.

Francisco Javier de las Cuevas Bernal fue ese rayo de sol , esa canción, ese destello para su familia, amigos y conocidos.

Ese ejemplo de lo que la vida es capaz de crear para luego arrebatar, porque con tan solo 19 años se le diagnosticó un tipo de leucemia contra la que finalmente no pudo, a pesar de su intensa lucha por vivir.

Deportista, músico (tocaba guitarra y piano, entre otros instrumentos), escritor (con especial atención a la poesía) y un estudiante de Derecho que sacaba matrículas y que soñaba con la judicatura. Buen hijo, buen amigo y feliz. Así era Javier hasta un fatídico 13 de octubre de 2013, cuando su mundo se torció.

«Mi cabeza daba vueltas describiendo círculos cuyo diámetro aumentaba por pregunta que me sugestionaba. No entiendo el porqué de esta enfermedad. ¿Qué la ha causado? Si yo siempre he sido un chico que ha preferido los beneficios de una vida sana a dejarse llevar por los encantos de la noche. Miré desde la cama el trenzado color burdeos y mostaza del cordón que pendía de uno de los brazos del pie del gotero que suministraba toda mi mediación buscando una respuesta en voz alta que nunca llegó a mis oídos». Así explica lo que sintió al escuchar el diagnóstico de aquello por lo que desde hacía tiempo no podía respirar bien. Una especie de leucemia que tocó el suelo sobre el que estaba de pie.

Su padre, que al igual que él se llama Francisco Javier de las Cuevas, recordaba ayer esos momentos y cómo su hijo afrontó lo que iba a ser un duro camino. «Él estaba convencido de que iba a salir para delante y que iba a conseguir ganar a la enfermedad, es por eso que llamó a su libro ‘El club de los que tienen arreglo’». Y es que en una de las sesiones Javier sintió la necesidad de ayudar a los que como él se habían encontrado de bruces con la realidad más dura y complicada, la que cambia perspectiva y valores, la que hace que uno se dé cuenta de lo que verdaderamente importa.

Es por ello que decidió escribir un libro para contar su historia, sin vestirla, para hacerla más apacible, sin prescindir del sarcasmo que a veces se precisa para afrontar determinadas situaciones. Con el único objetivo de que pudiera servir de ayuda para aquellos que estaban en ese mismo punto en esa misma situación.

«El libro no está corregido, porque yo no soy nadie para hacerlo y porque debe estar tal cual él lo dejo». Su familia es la que lo auto edita y ofrece ejemplares de manera gratuita para todo aquel que así lo quiera. «Tan solo tiene que ponerse en contacto con nosotros a través del correo electrónico javier_delas_cuevas@hotmail.com para pedir un ejemplar y se lo haremos llegar». Y es que los padres quieren cumplir el deseo de su hijo, que se ha hecho más grande, porque ya son muchas las personas que tienen el libro en su cabecera para que le sirva de ayuda y también de guía para no perder el norte en lo que importa.

Desde ayer la memoria de Javier tiene un nuevo lugar, el parque del Oeste de San Fernando, al que la familia trasladó el olivo que plantó hace un año tras su muerte. ¿Y por qué ese lugar? «Tras su sesiones en Cádiz veníamos a este parque a andar y aquí Javier y yo compartimos muchas horas de charla y momentos especiales. Me contó sus planes, lo que quería hacer, sus ilusiones. Era un lugar muy especial. No había venido más a este lugar hasta que una vez que estuve en San Fernando terminé aquí como si algo me empujara y entonces tras recorrerlo y llorar fue como si escuchara la voz de mi hijo decir ‘aquí’».

Y es que la voz de Javier no se ha apagado porque sigue presente en todos aquellos que lo conocieron y porque también se encuentra en un libro que tiene momentos buenos y malos, divertidos, de desesperanza, de ilusión, de la vida tal y como es.

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