Messi (i) y Martino (d), en la banda / reuters.

El auténtico fin de ciclo

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El Barça ha sumado 87 puntos en la Liga 2013-14, los mismos que logró el equipo de Pep Guardiola para ganar el título en la gloriosa temporada del triplete (2008-09). Louis van Gaal y Frank Rijkaard hicieron sus dobletes ligueros con 74-79 puntos y 84-82, respectivamente. El legendario 'Dream Team' de Johan Cruyff, todavía con el modelo de dos puntos por victoria, levantó tres de sus cuatro Ligas en el inicio de la década de los 90 en el último partido, dependiendo de otro resultado (no como hubiera pasado este año), y tras temporadas muy irregulares. Y, sin embargo, la absurda sensación de los días previos al Barça-Atlético era que si el campeonato lo hubiera ganado el equipo del Tata Martino habría tenido menos valor que todos los comentados. Incluso se debatía sobre si sería un título merecido, como si la posibilidad de superar en la clasificación final a los finalistas de la Liga de Campeones fuese un juego de niños.

Así es el elitismo del entorno azulgrana, que sigue añorando el lujo futbolístico de la exitosa era Guardiola. Sin embargo, lo sucedido el sábado en el Camp Nou (1-1 y Liga para el Atlético), el hecho de acabar el campeonato con tres tristes empates y el pobre fútbol ofrecido en el último tramo de competición dan la razón a todos los nostálgicos. Esta vez no hacen falta voceros chillones en tertulias televisivas para proclamarlo a los cuatro vientos con demasiadas prisas: ahora sí es un auténtico fin de ciclo. Y como dijo Mascherano, «hay que asumirlo para volver a crecer». El presidente, Josep Maria Bartomeu, avanzó movimientos de todos los colores: «La renovación será profunda». Y la liderará Luis Enrique, el entrenador ideal en este momento porque conoce el Barça por dentro y tiene el carácter necesario.

Es cierto que el club conquistó sus tres últimas Ligas con 99 puntos (2009-10), 96 (2010-11) y 100 (2012-13), pero ese no ha sido el motivo de que el técnico argentino nunca haya tenido el viento a favor. Incluso en las primeras jornadas, cuando el ritmo era de récord, se estaba más pendiente de si se perdía la posesión de balón en Vallecas, pese a la goleada del Barça, o de si se traicionaba el estilo con algún pase largo más de la cuenta o partidos de más ida y vuelta. El técnico argentino comprobó pronto que se quedaba corta aquella frase que pronunció en agosto para indicar que pocas cosas iba a cambiar («Me dejaron caer aquí como a un paracaidista») al haber llegado con carácter de urgencia por la enfermedad de Tito Vilanova, sin tiempo para idear un proyecto propio y asumiendo el del entrenador anterior, apenas matizándolo con alguna idea personal. Incluso aceptó quedarse con casi 20 colaboradores de Tito por no dejarles sin trabajo ya sin tiempo para buscarse la vida. Fue un grave error, pues siempre hubo desconfianza entre sus colaboradores reales y los antiguos, que han acabado filtrando métodos antiguos, poca mano dura. Más que como un paracaidista aterrizando en un lugar desconocido, el Tata debió sentirse como un astronauta llegando a Marte.

La razón por la que se ha cuestionado todo hay que buscarla más allá, concretamente en aquellos días de la temporada 2011-12 cuando Pep Guardiola anunció que no renovaba y el club reaccionó con rapidez y acierto ascendiendo a su segundo, Tito Vilanova. Los numerosos integrantes del sector Johan Cruyff-Joan Laporta-aduladores de Pep tuvieron que contener su crispación contra el entonces presidente, Sandro Rosell, y sus ataques a la política deportiva del club porque Tito representaba también el modelo intocable: La Masia, el ADN, discípulo de Rexach, el estilo, el segundo de a bordo en la exitosa etapa de Guardiola.

«Ni holandés ni catalán»

Pero la desgraciada enfermedad que obligó a Tito a renunciar a su cargo tras conquistar la Liga de los 100 puntos motivó que el club tuviera que improvisar en julio de 2013. Y esta vez ya no buscó en la casa, sino en Argentina, desde donde llegó Martino, poco conocido por el barcelonismo y apuesta personal de Rosell. Fue una diana fácil desde el principio. La Supercopa de España ganada al Atlético con dos empates no le valió de aval. Y el presidente no le sirvió de escudo porque abandonó el cargo tras el conflicto por esos números del fichaje de Neymar que cada uno interpreta a su manera.

Con los dardos cayendo por todos los lados, el equipo, aunque con menos brillo que antaño, iba sobreviviendo en lo deportivo a los asuntos que alteraban la tranquilidad del vestuario: el tratamiento mediático de los líos fiscales de Messi (nada que ver con otros casos recientes también de futbolistas), la propia lesión del argentino, el contrato de Neymar con luz y taquígrafos, contratiempos físicos también del brasileño. Martino daba la cara en las ruedas de prensa, defendiéndose en ocasiones con frases que hicieron daño: «Si fuese holandés o catalán, igual se veían las cosas de otra forma». No se lo perdonaron nunca.

Y se llegó compitiendo con dignidad a la semana cruel de la temporada. Se rompió Víctor Valdés para meses y el juego saliendo desde atrás se resintió con Pinto. En la ida de los cuartos de final de la Liga de Campeones también cayó Piqué. El Atlético fue un rodillo en la vuelta con un corto 1-0 que dejó al Barça fuera de Europa. Tres días después perdió 1-0 en Granada de forma incomprensible en una segunda vuelta liguera en la que ya había decepcionado en Anoeta (3-1) y Zorrilla (1-0). Y culminó la secuencia con un poste de Neymar en el último minuto de la final de Copa que se adjudicó el Madrid (2-1). En siete días, sin Liga de Campeones, sin Copa y nadie apostaba ya por la Liga.

La desgracia golpeó en el plano anímico, sentimental y humano con el fallecimiento de Tito Vilanova. Los jugadores se propusieron brindarle por lo menos el hecho de acabar la Liga con la cabeza bien alta, pero el empate ante el Getafe en el Camp Nou (2-2) ya provocó que todos pensaran ya en la próxima temporada. Como Martino llevaba meses insinuando que no seguiría un año más en un ambiente hostil (siempre hablando del entorno, no de la afición, que le ha tratado con mucho respeto), Zubizarreta incluso se reunió con Luis Enrique, el entrenador de la próxima temporada.

El castigo más hiriente

Y de repente, el fútbol enloqueció. El Madrid, que sólo sumó dos puntos en tres partidos de forma inesperada, es el equipo que realmente ha tirado la Liga. Al Atlético le tembló el pulso en el momento decisivo y sumó un punto de seis posibles ante Levante (KO, 2-0) y Málaga (1-1). Y al Barça, renqueante en lo físico, sin Valdés, Piqué, Puyol, Alba ni Neymar, le bastó con dos empates (2-2 ante Getafe y 0-0 en Elche) para volver a depender de sí mismo en la última jornada frente al Atlético en el Camp Nou. Pero nada. Ni así.

Se volcó el Camp Nou con su equipo, intentó empujarle a por el 2-1 hasta el último minuto con silbidos puntuales a Messi tras su enésima pérdida de balón. Pero tras el pitido final de Mateu Lahoz, la afición azulgrana estalló en un grito: «¡Atleti, Atleti.!". No sólo fue un reconocimiento a los méritos del equipo del Cholo Simeone o un arranque de deportividad admirable. También fue una forma de castigar de la forma más hiriente al Barça. Aplaudiendo a su verdugo que ha exhibido todo lo que se añora de un equipo de fútbol en decadencia: solidaridad, sacrificio, esfuerzo, entrega, coraje... Ahora sí es un final de ciclo, con bajas numerosas además de las de Puyol, Valdés y Pinto.

El Tata puede volver a ponerse el paracaídas y aterrizar en otro sitio donde le entiendan mejor, algún lugar donde le dejen tocar lo que crea oportuno sin comparar de forma constante con una etapa maravillosa «que ya no volverá». Lo reconoció Mascherano en Barça TV, hablando con tanta sinceridad y emoción que se entiende que los jugadores no dieran la cara en la zona mixta tras el partido: hubiesen quedado en evidencia. Tanto malestar con los futbolistas culminó con una peineta de Isaac Cuenca a los aficionados que el sábado le increparon e insultaron, precisamente el menos indicado, ya que el extremo catalán ha estado inédito durante la temporada tras pasar un calvario con las lesiones.