Sochi 2014

Emigrantes en busca del sueño blanco

«Cuando eres un niño te sientes un bicho raro porque no puedes llevar una vida como cualquier otro», explica Carolina Ruiz

MADRID Actualizado: Guardar
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Para ir a unos Juegos de Invierno hay que mirar el mapa del tiempo durante cuatro años. Bien lo saben los deportistas españoles, quienes se ven obligados a viajar a la caza de ambientes gélidos. «Paso fuera de casa once meses al año. Tengo más o menos un mes de descanso en el que no me olvido de ser deportista y durante el resto del año tengo algunos días de descanso, como los cuatro de Navidad, pero nunca más de una semana», cuenta la experimentada esquiadora Carolina Ruiz. «Me pasaré más de 200 días fuera de casa. En verano los inviernos son duros porque tienes que ir en busca de la nieve y la nieve está a 3.000 metros», secunda el fondista Javier Gutiérrez.

Un elemento clave es la localización de las pruebas de los deportes de invierno. «Las competiciones son todas en el extranjero y normalmente vamos de una competición a otra sin pasar por casa», cuenta la esquiadora Laura Orgué, que cuando permanece en España debe emplear un mínimo de tres horas entre ida y vuelta para encontrar un lugar adecuado para sus entrenamientos. «Estamos mucho fuera. Solemos irnos hasta un mes y medio completo para poder competir porque aquí no hay muchas posibilidades», calcula la esquiadora acrobática Katia Griffiths. Otros como Queralt Castellet y Lucas Eguibar han añadido viajes transatlánticos por la llamada de los 'X-Games', el espectáculo estadounidense que compite con los Juegos de Invierno por la élite. Así, la media de días en otras tierras no desciende de las 200 jornadas y en algunos casos como el de la biatleta Victoria Padial la cifra asciende hasta los 300 días de manera itinerante en una furgoneta para recorrer Europa en busca de puntos para ascender en el ránking.

Otra de las razones para la movilidad exterior es la búsqueda de instalaciones y entrenadores adecuados. Javier Fernández se marchó a Norteamérica a patinar hace cuatro años y el esquiador Álex Puente vive en Suiza porque forma parte de un equipo privado, el Steffen-S1. El esquiador, que vive en los alrededores de Ginebra y procede del Valle de Arán, reconoce que las infraestructuras son mejores que en España porque está preparado «hasta el pueblo más pequeño».

Nostalgia

El principal efecto secundario de la emigración es la nostalgia, que afecta en mayor medida según el carácter, la ambición y las condiciones personales de cada deportista. «Estar fuera de casa es de lo más duro», asegura el 'boarder' Lucas Eguibar después de un año en que su familia pasó por una situación complicada. «Lo más difícil para llegar a estos Juegos ha sido el no poder practicarlo en mi casa porque ya desde el primer año que me inicié tuve que sacrificar los estudios, dejar a la familia, irme lejos de mi gente», insiste Javier Gutiérrez.

No obstante, todos los atletas coinciden en que su constante emigración compensa y se asimila como otra tarea laboral. «A partir de noviembre paso en casa cuatro días al mes como mucho pero al final, si te gusta, lo llevas bien», comenta el fondista Imanol Rojo con una sonrisa de resignación. «Lo llevo haciendo desde los 12 años, pero a veces es complicado, sobre todo porque no puedes llevar una vida como cualquier otro. Sobre todo cuando tienes 13 años, empiezas a ser profesional, tienes que viajar tanto, tienes unos entrenamientos que seguir y eres muy distinto a los niños de esa época. En esos momentos te sientes un bicho raro», explica Carolina Ruiz.

Aeropuertos, estaciones y maletas marcan la vida de unos atletas que en Sochi pasarán más tiempo acomodados que en cualquier lugar anterior durante el pasado invierno. Pero hay quien prefiere esa vida para mantener su sueño profesional. «A mí me pasa que cuando llego a casa cambio el chip, el ritmo de vida es distinto y a veces te cuesta un poco más mantener la atención en la competición. Además, siempre parto de la base de que hacemos el deporte que nos gusta y nos podemos dedicar a ello. Esto es positivo y un privilegio, pero está claro que ser deportista de alto nivel no es un trabajo de ocho horas y luego desconectas. Es una forma de vida que te acompaña todos los días del año y a todas horas. Una vez que lo asumes y estás contento con ello lo asumes», sentencia con optimismo Laura Orgué.