análisis

Egipto y el abismo

El terror parece haber 'cruzado el canal' para quedarse tras los atentados registrados en El Cairo

MADRID Actualizado: Guardar
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Unos 250.000 efectivos, entre policías y soldados egipcios, velarán por la seguridad mañana, 25 de enero, tercer aniversario de la revuelta popular que acabó con el régimen autoritario de Hosni Mubarak. Pero también porque se temen atentados tras la explosión de tres bombas a primera hora de este viernes con un saldo de cinco muertos y unos cincuenta heridos.

El peor de los ataques fue la explosión de un coche-bomba delante del edificio central de los servicios de seguridad de El Cairo, bien protegido en teoría. Causó cuatro muertos y produjo serios daños materiales además, o sobre todo, de causar un profundo impacto político y social. Se dibujó nítidamente la ominosa posibilidad de que la caída del presidente islamista Mohamed Morsi y la persecución implacable que sufren los Hermanos Musulmanes, estimule la aparición de un terrorismo de corte yihadista y alta intensidad.

La Hermandad no solo negó, sino que condenó de inmediato, los atentados y pidió una rápida investigación, pero al mismo tiempo, unas docenas de cairotas llegados al lugar del atentado corearon consignas pidiendo la ejecución de Morsi, quien está detenido y será juzgado próximamente por delitos de "conspiración y espionaje" y gritando "¡muerte a los Hermanos!".

Un escenario imprevisible

El atentado es, y de lejos, el más relevante en términos políticos, si vale decirlo así y no solo por su audacia, sino por su obvia intención y el contexto político-institucional en que se inscribe: el de creación de un nuevo régimen de inspiración militar a través de una autoproclamada 'hoja de ruta' empezada con el referéndum constitucional de la semana pasada, que aprobó una nueva Carta con una participación del 38 por ciento y un 92 por ciento de síes.

Los Hermanos Musulmanes fueron expulsados de la escena política tras ser declarados "organización terrorista" por el gobierno tras un atentado en al-Mansura el 24 de diciembre que dejó 17 muertos y muchos heridos en un cuartel policial. Tomada precipitadamente, la decisión de arrojar a la clandestinidad a la Hermandad, con su cúpula detenida y sus medios clausurados, es discutida incluso en Egipto.

Eso vale en el registro propiamente político (no hay prueba alguna y una extendida convicción de lo contrario) de que tuviera relación alguna con el ataque, que se atribuyó con toda rapidez un grupo terrorista conocido, 'Ansar Beit al-Maqdis', e incluso en el técnico porque la Hermandad no es un partido (y siempre rehusó serlo desde su fundación en 1928) y debió fundar uno, 'Partido de la Libertad y la Justicia' para inscribirse en el registro y concurrir a las elecciones… y ganarlas, lo mismo la legislativa que la presidencial. No hay, como tal, un expediente abierto para ilegalizarlo, casi con la misma secreta convicción de que no es lo mejor y de que parece inútil todo intento de desarraigarlo.

La difusión terrorista

En el momento de escribir, 'Ansar Beit al-Maqdis' no había reivindicado los atentados, como tampoco la muerte a tiros el jueves de cinco soldados en un control a unos 200 kilómetros al sur de El Cairo. La precisión geográfica no es caprichosa, porque el terrorismo islamista, tras su erradicación en los noventa fue obra de la 'Gamaa Islamiya', que tenía a la Hermandad por una cofradía de musulmanes timoratos y arcaicos, quedó relegado a una acción residual en el ámbito de la península del Sinaí, que nunca ha podido controlar al cien por cien gobierno alguno.

En una dimensión puramente material, ese es el mensaje de los atentados: fueron ejecutados en El Cairo, lo que, unido a los anotados incidentes significa que el terror parece haber 'cruzado el canal' para quedarse. Un escenario de pesadilla policial, el fin de la esperanza de una rápida recuperación del sector turístico, ahora en la ruina y la expresión de un fracaso del nuevo diseño político.

Los observadores más agudos recurren a la historia y saben que la Hermandad, como atestiguan los autores más cualificados, desde la obra de referencia de Richard Mitchell a las más recientes y excelentes de Rosefsky, Pargeter o Zollner, tiene justificada fama de pragmática y realista. Satanizarla como se está haciendo es un discurso que los meros hechos desmienten y la sabiduría política no aconseja. En la hipótesis, poco probable, de que la gestión militar de la nueva situación arrastre a los Hermanos a la violencia (como uno de sus teóricos de los sesenta, Sayid Qutb, llegó a proponer y fue del todo repudiado y aislado por ello) el nuevo régimen será culpable del peor de los pecados: fomentar una especie de alianza de hecho “Al-Qaeda-Hermanos Musulmanes”. Una pesadilla…