Portada de la novela. / RC
literatura

«Es muy importante tener una actitud crítica con el entorno»

El escritor y periodista reivindica el pensamiento propio frente a las opiniones dominantes en su primera novela, 'La ciudad escrita'

MADRID Actualizado: Guardar
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Un hombre desnortado, atenazado por las dudas y en plena crisis existencial, regresa a la ciudad donde cursó sus estudios universitarios. Con estos mimbres el escritor Fernando Belzunce (Pamplona, 1976) urde una historia en la que emerge el poder de la palabra y se trasparenta la fragilidad de la naturaleza humana. 'La ciudad escrita' (Antígona) no es solo una reivindicación del pensamiento propio frente a las opiniones que se imponen de forma inadvertida, sino también un elogio de la capacidad crítica del ser humano.

La irrupción de enigmáticas frases pintadas en los muros de la ciudad es el punto de arranque de esta obra, con la que Fernando Belzunce debuta en el campo de la novela. Lo que aparentemente son inocuos mensajes acaban interpelando a la conciencia de los habitantes, hasta el punto de que sus comportamiento se ven alterados y los mensajes inducen a sus lectores a protagonizar actos sorprendentes. "Importamos opiniones con más frecuencia de la que sospechamos. Asumimos opiniones ajenas contagiados por el entorno y no lo discutimos", subraya Belzunce, quien como periodista es consciente de los peligros que entraña la sobreabundancia informativa, un alud ante el que hay que activar los resortes del pensamiento para abortar todo ese "ruido excesivo".

'La ciudad escrita', una novela de intriga mechada con algunos toques de fantasía, destila un sabor negro y amargo. Para el escritor y periodista, es crucial que el individuo se resista a las inercias que impone la masa, por mucho que a veces las tendencias dominantes se vistan con los seductores ropajes de las tecnologías. "Las herramientas tecnológicas son muy útiles, por supuesto, pero a veces no somos del todo conscientes de que, por ejemplo, un buscador de internet puede propiciar actitudes de compra y consumo o dirigirnos de forma intencionada hacia unos contenidos determinados. Me parece que es muy importante tener una actitud crítica con el entorno y cuestionarse las cosas continuamente".

Cada capítulo de la novela se abre con una ilustración del dibujante Kike de la Rubia. Receloso al principio de que la obra gráfica indujera a equívocos y moviera a pensar al lector que se encontraba ante una novela juvenil, Belzunce está plenamente satisfecho del feliz maridaje entre la letra impresa y las ilustraciones. Las estampas de Kike de la Rubia imprimen al texto un sesgo poético y aportan una interpretación que no necesariamente coinciden con la visión de Belzunce. "Me ha servido para conocer la novela a través de la mirada de otra persona y creo que se puede decir que se establece un diálogo entre él y yo a través de las páginas", argumenta. En el texto subyacen los interrogantes que suscitan el desarraigo, un sentimiento que va oscureciendo las voluntades y revelan la atroz "manipulación que ejerce la sociedad sobre el individuo".

Sin dejar de ver el mundo con ojos de periodista, el autor ha pretendido superar la visión alicorta que a veces impone la prosa periodística. Por eso ha tenido que recurrir al poder evocador de las ficciones, que a la postre pueden resultar más persuasivas que las noticias. "En el terreno de la ficción cuentas con más licencias y puedes dar rienda suelta a todo tipo de fantasías. La experimentación que te aporta la literatura te puede permitir abrir la mirada y abordar algunos géneros, por ejemplo reportajes o entrevistas, de una forma diferente, original, buscando que sea más atractiva. Que el periodismo deba ser riguroso no significa que tenga que estar encorsetado, o que no deba suponer un ejercicio creativo. Todo se complementa".

La semilla de la novela hay que buscarla en Dubrovnik, cuando el escritor fijó su mirada en pintadas escritas en las paredes en diferentes idiomas. La mera visión de los grafitis disparó la imaginación de Belzunce, quien como estudiante en Salamanca había saboreado el gusto por la independencia y la libertad, una libertad que para muchos de sus compañeros acababa con el retorno al hogar cuando se licenciaban. Uniendo las dos ideas, la turbación de esas frases que adornaban los muros y la experiencia del desarraigo, surgió la idea de ir más allá y plasmar en un escrito el poder de la palabra.