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Iraq: El volcán sin apagar

Unas 50 personas han muerto junto a una mezquita en Baquba, al norte de Bagdad, tras dos explosiones dirigidas contra los fieles de este feudo sunní

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Unos 50 ciudadanos murieron hoy junto a una mezquita en Baquba, al norte de Bagdad, tras dos explosiones sucesivas dirigidas claramente contra los fieles de este feudo sunní.

El río de sangre de los cuatro primeros días de esta semana había sido casi en su totalidad shií, por lo que la adjetivación de los muertos y el lugar como sunníes es de importancia capital. De hecho, es lo único importante en términos políticos, porque se trata de una venganza y confirma el temido pronóstico de que se camina hacia una la guerra civil confesional.

Baquba, capital de la provincia de Diyala, es un objetivo bien escogido, por su significación. Su población aportó buena parte de sus efectivos a la resistencia islamo-insurgente contra los norteamericanos tras la invasión de 2003 y el nombre de la ciudad se hizo mundialmente conocido junto al de Fallujah.

En 2007 una ofensiva americana causó una matanza de guerrilleros y civiles con 340 muertos que alcanzó resonancia internacional. Allí combatió, se refugió y fue finalmente localizado y muerto en 2006 Abu Musab al-Zarqaui, un jordano que había dado su aquiescencia a Bin Laden y se autoproclamó emir del país. En este volcán, tan mal apagado según se viendo, se produjo hoy la matanza.

La contención shií bajo Sistani

Los sunníes, alrededor de un veinte por ciento de la población, ocuparon los puestos clave del largo régimen baasista de Saddam Hussein, pero la gran mayoría aritmética de iraquíes permaneció fiel a la autoridad oficiosa, a veces tolerada, a veces reprimida, de los dirigentes religiosos shiíes, empezando por el reputado gran ayatollah Alí Sayid al-Sistani, un guía octogenario de la escuela pietista que apenas sale de su casa y rehúsa implicarse directamente en política.

Con Sistani, 'Al hauza al-ilmiya' (algo así como un Vaticano shií en Nayaf, junto a la tumba de Alí) optó por un perfil bajo frente a Saddam y fue capaz de mantenerse sin apoyar explícitamente al régimen, muy sunní aunque, de hecho, repleto de impíos y pragmáticos. El respetado dirigente no ha cambiado sus hábitos y todo sería distinto si, lo que es improbable, diera luz verde a una política de violencia contra los sunníes.

La dictadura de Saddam ya no es un argumento para lo que sucede, ni siquiera la fuerte influencia del vecino iraní (un régimen oficialmente shií) y cuanto sucede es, de algún modo, herencia de la guerra 2003-2011. Las milicias no se desarmaron del todo, la minoría radical sunní, muy trabajada en sus bastiones tradicionales por al-Qaeda, con armas, experiencia y deseos de venganza, no supo o, más bien, no quiso incorporarse al proceso político post-bélico.

El agonizante proceso institucional

La clase política iraquí, experimentada y en la que abunda la gente capaz, hizo un esfuerzo válido en primera instancia con la redacción de una nueva y democrática Constitución que da cabida a todas las religiones (hay también una pequeña, pero muy arraigada, minoría cristiana). Elecciones creíbles eligieron al vigente gobierno, una coalición dirigida por Nuri al-Maliki, un shií que se dio, según estaba previsto, un vicepresidente sunní de peso en la persona de Tariq al-Hashemi, tras las elecciones de 2005.

Las dificultades para crear un gobierno de amplia base dejaron ver desde el principio divergencias de orden político y, de hecho, confesional. Reapareció, pues, el espectro de las afiliaciones étnicas y, sobre todo, religiosas. La desconfianza se tornó en crisis muy grave cuando al-Maliki acusó a su vicepresidente de traición y de haber ordenado a sus escoltas la comisión de asesinatos políticos. El vicepresidente huyó del país (y se supone que está en Turquía).

Cuando todo esto sucedió, hace año y medio, ya volvían las juventudes de cada parte a armarse y el proceso político se enrarecía mientras al-Qaeda (sunní hasta la crueldad y que tiene a los shiíes por herejes que merecen la muerte) reaparecía poco a poco en el sedicente "Emirato Islámico de Iraq". La violencia creció sin cesar y en abril, y la cifra es de la ONU, ya han muerto 712 iraquíes en atentados.

El desastre parece casi asegurado. El primer ministro, que acaba de obtener un buen éxito en las elecciones locales de la semana pasada, ha proclamado el toque de queda en las áreas más críticas y cunde un pesimismo político que la tragedia de la vecina Sira no hace más que incrementar. El volcán iraquí no está apagado…