Müller celebra la victoria en el Mundial de 1974./ Efe
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El 'Torpedo' Müller

El ariete alemán logró marcar 85 goles en 1972, un hito que se creía inalcanzable hasta que apareción Messi

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El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna». De hacer caso a la máxima acuñada por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, el delantero centro alemán Gerhard Müller (Nördlingen, 1945) sería la excepción a esa regla, una especie de Nacho Vidal del fútbol mundial gracias a los 1.455 goles documentados que logró en su carrera. Sus marcas siguen todavía vigentes: 68 goles con la selección alemana (entonces RFA) en 62 encuentros con el número 13 a la espalda y 365 dianas en 427 partidos de la Bundesliga.

Éste es el récord que batió ante el Betis Lionel Messi. «Los récords están para ser batidos, no para ser eternos. No se puede parar el tiempo. No me parece mal que sea Messi quien me arrebate el récord. Es un honor», declaró, modesto, Müller hace unos días.

El cazagoles alemán, de 67 años, se encuentra muy delicado de salud, según fuentes del Bayern Munich, el club con el que conquistó la fama y en el que militó entre 1964 y 1980, hasta que fichó por el Fort Lauderdale Strikes, de Florida. Allí colgó las botas en 1982. Su etapa americana fue el inicio de una época trufada de negocios de restauración fallidos, depresiones, alcoholismo y fracasos económicos de la que le rescató esa gran familia que es el Bayern. Los de Munich lo repescaron y le colocaron como coentrenador de su segundo equipo.

Aunque en España fue bautizado como 'Torpedo', en un guiño a su apariencia y a su efectividad destructora, pareja a la de los 'U boats' (submarinos) en Alemania, el país entero le conoce como 'Bomber der Nation', el bombardero de la nación, explica Enrique Thate, fundador de la peña Müller-Dani.

Poseedor de un físico poco brillante para destacar como delantero centro en Alemania (con 1,76 centímetros de altura llegó a pesar 84 kilos), su figura no era propia de un cazagoles teutón. Pero su tren inferior era poderosísimo: sus muslos, según cuenta en su autobiografía, 'Piernas de oro', medían 62 centímetros, más o menos el mismo diámetro de un haltera búlgaro. Su capacidad para arrancar, girarse y desenvolverse con soltura en el vedado del área y su bajísimo punto de gravedad, que le volvía casi inmune a las tarascadas de los defensas, le hicieron único, letal.

«No llegarás muy lejos»

La verdad es que Herr Müller no lo tuvo fácil. Guiado por ese olfato de pitonisa tronada que acompaña a algunos preparadores, el técnico del club juvenil TSV 1861 Nördlingen, donde Müller daba sus primeras patadas, le aconsejó: «En esto del fútbol no llegarás muy lejos. Mejor dedícate a otra cosa». Por aquel entonces, Gerd Müller trabajaba 12 horas diarias en la cadena de distribución de una fábrica textil para ganarse el pan. Su padre, camionero, murió sin verle triunfar. Así que fue su madre la que firmó el primer contrato profesional del chaval. Se había sacudido la premonición del entrenador, había marcado 46 goles en 33 partidos como juvenil y Walter Fembeck, gerente del Bayern, entonces en Segunda, corrió para birlárselo al München" 60 (su representante perdió el tren y llegó una hora tarde) por un sueldo de 160 marcos al mes.

Once años después, en 1974, aquel «jugador retacón y paticorto», como lo define Eduardo Galeano, moreno, peludo y con patillas de minero galés, fue campeón del mundo. Su promedio de 0,89 goles por partido adquiere rasgos homéricos.

Rebelde, Müller abandonó la selección tras marcar el 2-1 ante Holanda, en la final del Mundial. Fue su tanto más recordado. Metió Müller algunas vaselinas e iba bien de cabeza, pero ningún buen aficionado será capaz de deleitarle con el relato pormenorizado de un chicharro. Lo suyo, como escribió el autor uruguayo, fue ser el lobo feroz para «disfrazado de abuelita» pasearse «prodigando pases inocentes y otras obras de caridad. Mientras tanto, sin que nadie se diera cuenta se iba deslizando hacia el área». Allí soltaba su mortífero mordisco. Dentro de poco, su gesta será solo memoria.