análisis

El extraño 'caso Assange'

El australiano jugó bien sus bazas al recurrir in extremis a Ecuador, encantado de poder meter el dedo en el ojo a EE UU

MADRID Actualizado: Guardar
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Como se sabe, El Gobierno de Ecuador ha decidido hoy conceder asilo político al fundador de Wikileaks, el australiano Julian Assange, que lleva ocho semanas refugiado en la embajada de ese país en Londres después de que la justicia británica autorizara su extradición a Suecia, donde debe afrontar un juicio por presuntos abusos sexuales.

El caso es extraño por varios motivos: en primer lugar, resulta pintoresco que quien puso en cuestión toda la diplomacia occidental mediante la revelación por Internet de un gran acervo de documentos y comunicaciones de los Estados Unidos y otros países, esté perseguido, no por revelación de secretos o algún delito semejante, sino por unos extraños incidentes sexuales en Suecia. Obviamente, la integridad de Asange no peligra por lo que le pueda pasar en el país nórdico sino por la posibilidad de que Suecia acceda a extraditarle a los Estados Unidos, donde podría ser condenado a penas durísimas, incluso a muerte, por comprometer la seguridad nacional.

En segundo lugar, es curioso que este personaje tuviera las extrañas complicaciones que han suscitado su procesamiento en Suecia. Julian Assange llegó dicho país el 11 de agosto de 2011 y fue recibido por Anna Ardin, voluntaria de WikiLeaks, quien lo había invitado a un seminario y le ofreció residir en su propio apartamento. Fue entonces cuando tuvieron lugar los episodios escabrosos: Ardin y Assange mantuvieron una relación sexual consentida pero se produjo la ruptura de un preservativo y una desavenencia entre ambos, que no impidió sin embargo que al día siguiente Ardin diera una fiesta en honor de su huésped. Pero Asange conoció a otra muchacha y también con ella hubo una historia de condones... Las dos parejas de Assange lo acusaron poco después de “coerción ilegal y acoso sexual”.

Puesto en el disparadero de la extradición, Assange ha jugado bien sus bazas al recurrir in extremis al Ecuador, cuyo presidente, Rafael Correa, conmilitón de Chávez en la secta del populismo de izquierdas, está encantado de poder meter el dedo en el ojo de los Estados Unidos. "Nadie nos va a atemorizar", ha escrito en Twitter el mandatario ecuatoriano, sin ver que ha de tenérselas con la sólida diplomacia británica, poco dada a concesiones ni a juegos florales.

El desenlace es imprevisible, pero más de uno se apostaría una cena a que Assange no viajará a Ecuador porque Londres hallará el modo de salvar su honor mancillado. Las reglas diplomáticas no son sagradas para el imperio británico, que conservó tantos siglos su ascendiente precisamente por su moral laxa en estas cuestiones.