Autorretrato.
ARTE

Murillo en plenitud

El Prado exhibe lo mejor del último Murillo en una muestra que explora los frutos de la honda amistad del pintor con Justino de Neve

MADRID Actualizado: Guardar
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Gracias a su profunda amistad con Justino de Neve (1625-1685), Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) realizó algunas de sus pinturas más brillantes y ambiciosas. Casi una veintena de ellas están en la muestra 'Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad' que el Prado exhibe hasta el próximo 30 de septiembre y que marca un nuevo hito en la excepcional temporada de la pinacoteca. Reúne 17 obras magistrales y tardías del genio sevillano de barroco, muchas de ellas futo de los encargos de su gran amigo, valedor y mecenas, canónigo de la catedral sevillana y heredero de una adinerada familia de mercaderes flamencos.

Revisa lo mejor de el último y más brillante Murillo y ofrece espectaclares sorpresas, como su autorretrato, un San Pedro penitente en manos de una colección privada británica que no regresa a España por primera vez desde el siglo XIX, un San José atrapado en una delicada, y desconocida miniatura de apenas seis centímetros, o tres óleos sobre placas de obsidiana extraídas de volcanes mexicanos, toda un rareza en la historia del arte.

Gabriel Finaldi, subdirector de la pinacoteca, es el impulsor y comisario de una muestra que se recrea en el talento maduro de Murillo, impulsado por su solida amistad con el capellán de Neve. Unos cuadros enormes en algunos casos, como los que Murillo pintó para la iglesia de Santa María de las Nieves por mediación de su amigo, casi siete metros de ancho por tres de alto, que contrastan con la rara y única miniatura pintada por ambas caras. Cinco de las 17 pinturas, realizadas entre 1660 y 1670, han sido restauradas para la ocasión. Según Finaldi, nacen directamente de la honda amistad entre el artista y de Neve "que dio lugar a algunos de los cuadros más bellos de Murillo".

"Es una deliciosa ofrenda de un gran maestro en plenitud" resumió orgulloso el director de Prado, Miguel Zugaza. Destacó cómo Murillo maneja en estas selectas y variada pinturas "todos los registros de la retórica barroca", dando muestras de un virtuosismo al alcance de de muy pocos creadores.

Siete años más joven que el pintor, Justino de Neve "fue para Murillo como Felipe IV para Velázquez, impulsándole a pintar algunos de los mejores cuadros de su carrera" confirma Zugaza que incide como Finaldei en el activo valor la amistad del capellán, que le encargó unos trabajos "que permitieron a Murillo exhibir su genio artístico más maduro". Comparó Zugaza la muestra de Murillo con la de Rafael, ambas en la ampliación de Moneo del Prado. "Si Rafael es una producción operística del universal genio del Renacimiento, Murillo es una suite de uno de los pintores barrocos más importantes del mundo", dijo.

Detective y diplomático

Gabriele Finaldi llegó hace diez años a la dirección adjunta del Prado con este original proyecto sobre Murillo bajo brazo. Una propuesta distinta que, más allá de las repetidas muestra centradas siempre en la pintura religiosa de Murillo, permite compararla con sus alegorías, la miniatura y las delicadas y raras obsidianas. Finaldi ha madurado en estos años un proyecto en el que ha desplegado labores detectivescas y diplomáticas para localizar a los propietarios británicos del San Pedro arrepentido y engatusarles luego para que se avinieran al préstamo.

La amistad de Justino de Neve fue crucial para que el genio sevillano se hiciera con el encargo de la decoración de la iglesia sevillana de Santa María la Blanca (1662-1665). El capellán encargó también a su amigo obras memorables para el Hospital de los Venerables, como 'La Inmaculada Concepción', o 'Inmaculada Soult' que expolió el mariscal francés y que es hoy una de los tesoros del Prado y se exhibe con el marco original sevillano. También la serie de ocho tondos de santos sevillanos que decoran el techo de la sala capitular de la catedral, y el 'Bautismo de Cristo' que corona el retablo de San Antonio en la capilla del santo.

La muestra se abre con el "sofisticado, complejo y conceptual" autorrerato de Murillo en poder de la National Gallery de Londres, que nunca antes había sido prestado al Prado, y que Zugaza y Finaldi equiparan en importancia al reflejo de sí mismo que Velázquez dejó en la Meninas. Pintado en 1660, destinado quizá a sus hijos, quizá a sus discípulos, Finaldi lo tiene por "uno de los más influyentes retratos de artistas de la España del siglo XVII". Una pieza magistral que se confronta con el retrato que Murillo hizo de su amigo y mecenas en1668, también en la colección de la National Gallery.

Sabemos por el inventario hecho a su muerte que Justino de Neve atesoraba un veintena de cuadros de Murillo como el delicado 'San Juanito con un cordero'. Ademas de su retrai, la Inmaculada de Prado que adquiriría pronto el Hospital de los Venerable.

Por su tamaño y delicadeza destacan dos de las grandes obras que Murillo pintó para la iglesia de Santa María la Blanca, en las que demuestra "su habilidad como pintor de grandes narraciones", según Finaldi. Un relato pictórico que se completa para con tres obras prestadas por el Louvre, entre ellas otra 'Inmaculada Concepción' una de las mejores de las más de dos docenas pintadas por Murillo.

La muestra ha sido posible gracias a alianza del Prado con la sevillana Fundación Focus-Abengoa y la Dulwich Picture Gallery de Londres. En octubre viajará al sevillano Hospital de los Venerables, sede de la fundación, y luego al selecto y recoleto museo londinense entre febrero y mayo del año próximo.