Thomas Wolfe. / Archivo
LITERATURA

El dolor intolerable de la soledad

Periférica rescata otra novela corta de Thomas Wolfe, 'Una puerta que nunca encontré', en la que el escritor busca las trazas del padre muerto

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El escritor Thomas Wolfe (1900-1938) murió de forma prematura. Sin haber cumplido los 38 años una tuberculosis acabó con él. Pese a su desaparición temprana, Wolfe ya había escrito cuatro novelas, un sinfín de cuentos y varias obras de teatro. Fue testigo de una época agitada, repleta de adversidades y padecimientos, que se llevó por delante los sueños de toda una generación. Su literatura da cuenta de esas fatigas, rebosa lirismo y está dotada de una emoción pocas veces reprimida, gracias a la cual el novelista logra un tono que incita a la introspección. William Faulkner fue un devoto admirador de Wolfe, al igual que Sinclair Lewis, quien le citó en su discurso cuando recibió el Premio Nobel. Kerouac, Bradbury, Paul Auster o Philip Roth tampoco escaparon a la seducción de este narrador de talento desbordante y mirada sensorial.

Después de publicar 'El niño perdido', la editorial Periférica ha sacado ahora a la luz otra de las novelas cortas de Wolfe, 'Una puerta que nunca encontré', una obra en la que de nuevo el escritor se adentra en el terreno autobiográfico al abordar la muerte de su padre. Como ya ocurría con 'El niño perdido', en esta 'nouvelle' Thomas Wolfe cultiva una prosa elegiaca y confesional, con un lenguaje evocador sumamente poderoso. El resultado es un libro triste y desolador, propio de un escritor joven sumido en la incertidumbre y la confusión.

La novela se estructura en cuatro partes: tres de ellas se desarrollan en octubre de 1931, 1923 y 1926, mientras que la cuarta transcurre en abril de 1928. Es una lástima que los sucesos y vivencias que se cuentan sean tan distintos entre sí que la unidad narrativa del conjunto se resienta. Al final de la lectura la sensación de fragmentariedad pesa demasiado. Pese a ello, Wolfe alcanza cimas líricas de una precisión impecables; refleja de tal modo el desgarro y la soledad que al lector no le queda más remedio que rendirse a la evidencia de que se encuentra ante un grandísimo escritor. "Pues a fin de cuentas, tú eres lo que eres, sabes lo que sabes y no hay palabras para describir la soledad, la negra, cruel y dolorosa soledad que roe las raíces del silencio por las noches", escribe Wolfe en uno de los pasajes de este relato.

A través de este libro Wolfe habla de la muerte de su padre, un trabajador dedicado a esculpir lápidas, y de la imposibilidad de reencontrarse con él y recuperar los "tiempos dorados". Pero de regreso al hogar, en la misma casa en la que murió su hermano Grover a los doce años –a quien Wolfe dedicó otra elegía estremecedora en 'El niño perdido- el narrador siente la oscuridad de los días de octubre cernirse sobre él y constata el dolor intolerable de la pérdida. El título del libro hace referencia a las puertas cerradas con que se topa quien busca infructuosamente el rostro de su padre peregrinando a los lugares de la infancia. Paradójicamente, en esa investigación por el pasado en pos de las vestigios del padre, el escritor se da cuenta de que tiene que escapar del destino que su progenitor había trazado para él.

Los paisajes de América

La prosa de Wolfe se eleva y alcanza momentos de rotunda belleza cuando describe los paisajes de América. "En Maine, la escarcha llega recia y veloz como una lluvia de clavos". Como dijo su amigo y editor, Maxwell E. Perkins, el autor de 'El ángel que nos mira' concebía América como un todo. Andaba siempre planeando viajes a lugares desconocidos que luego visitaba, lo que le convirtió en un vagabundo impenitente. Lo proclama en una 'Una puerta que nunca encontré'. "Mi vida, más que la vida de cualquiera que haya conocido, ha transcurrido en medio de la soledad y la errancia". Es por eso que el protagonista siente la necesidad de huir, como si al hombre siempre le esperaran tierras y ciudades por descubrir.

La existencia de Wolfe, que nació en Carolina del Norte y murió en Maryland, fue demasiado corta para legar a la posteridad una obra que, de no haber sido por esa desaparición tan temprana, hubiese sido monumental. Ningún otro escritor ha desvelado América como Wolfe lo hizo, aunque para ello tuviera se condenara a llevar un vida errabunda, en constantes cambios de residencia para asentarse en enclaves que en realidad solo eran una parada en el camino.