Un cartel muestra a Gadafi, detrás del ministro de Exteriores libio Musa Kusa, durante una rueda de prensa después de la resolución de la ONU. / Efe
análisis

Libia: contra el reloj

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Quienes ven o quieren ver la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU como el principio del fin del régimen del coronel Gadafi en Libia tienen un problema: que el interesado la acepte oficial y rápidamente, ordene un alto el fuego completo y la apertura de un diálogo político con la oposición.

Eso significaría el prodigio de que el interesado ha recuperado súbitamente la cordura, lo que es improbable, aunque hace apenas un par de horas un portavoz del ministerio libio de Exteriores decía que en Trípoli “se ha recibido muy positivamente la resolución” y considerarían el cese del fuego.

Para decirlo abruptamente, eso sería ahora una decepción y, paradójicamente, el recurso legal a medios militares bastante amplios (“cuantas medidas sean necesarias para parar el ataque a los civiles o a las áreas habitadas por civiles”) además de la zona de exclusión aérea propiamente dicha, detendría el proceso capaz de llevar a la conclusión a la que Washington y medio mundo llegó hace más de una semana: Gadafi debe irse…

Un texto modélico

La resolución está muy sabiamente redactada, se autolimita en la dimensión militar para hacerla más digerible a quienes en el Consejo no quisieron apoyarla (nada menos que Alemania, Brasil, China, India y Rusia) y se conformaron con la abstención seguida por un comentario adicional e interpretativo, según las fórmulas acuñadas en la ONU en estos trances: China emite una fuerte reserva sobre “toda intervención militar en un país ajeno” y subraya que el texto veta todo lo que se parezca a una “ocupación” y Alemania hizo saber que ve “muchos riesgos y peligros en la decisión”…

Pero, así y todo, los 29 párrafos del texto son el mínimo común denominador para obtener la luz verde sin entusiasmos ni unanimidades y, como era de prever, se refieren sin cesar al llamamiento previo del Secretario General por un alto el fuego (ignorado por Gadafi) y, sobre todo, a la unanimidad con que el mundo árabe (a través de la Liga Árabe) pidió la resolución la semana pasada, como lo hicieron la Unión Africana y la Conferencia Islámica (Libia es miembro de pleno derecho de las tres).

Así pues, con sutileza, los redactores se habían garantizado antes esos apoyos, singularmente los de la sensibilidad árabe e islámica, sabedores de que eso pesaría y mucho sobre los europeos, asiáticos o americanos reticentes.

El inmediato porvenir

Salvo que un ataque de sentido común en Trípoli reconduzca la situación a un conflicto civil encarrilado por medios políticos autónomos y pacíficos entre agentes locales, en las próximas horas habrá acciones aéreas no solo para limpiar el espacio aéreo libio sino, eventualmente, para bombardear a las fuerzas militares del régimen que aparentemente habían reanudado sus bombardeos ya esta mañana en Misurata y seguían moviéndose hacia Bengasi. Una ciudad, por cierto, nominal y acertadamente mencionada en el texto, un mensaje al ejército libio y los mercenarios de que no deben intentar su conquista.

El porvenir inmediato se rige, en cualquier caso, por la unánime consideración de que la fuerza aérea franco-británico-americana destruirá sin remisión a los aviones y helicópteros libios y, eventualmente, a las defensas antiaéreas. Y si el avance hacia el este se confirma, es decir, si no hay alto el fuego, el escenario, en ausencia de tropas de infantería, será la continuación de la batalla por Bengasi pero en condiciones mucho peores para el régimen.

Teóricamente, los redactores de la resolución la interpretan como un medio disuasorio para obtener el fin de la violencia, la seguridad de los civiles y el recurso a medios políticos y Susan Rice, la embajadora norteamericana, lo dijo así con toda claridad. No cubre, pues, la estrategia del “cambio de régimen” como, claramente, sucedió en Iraq, cuyo recuerdo planea sobre la Casa Blanca.

Pero en términos prácticos y de expectación internacional si Gadafi sale políticamente vivo y, mal que bien, se mantiene, eso será una decepción internacional.