huelga encubierta

El presidente de los controladores se muda por amenazas

MADRID Actualizado: Guardar
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Llevan sobre sus hombros las caras del odio y en su DNI los nombres de la venganza. A juzgar por las reacciones en los aeropuertos, en el Gobierno y hasta en Internet, media España les quiere mal. Les acusan de dejar tiradas en los aeropuertos a 600.000 personas y de generar más de 250 millones de euros en pérdidas. El pasado viernes, el cielo de España se quedó vacío y las colas de los aeropuertos reventaban de viajeros indignados y rabiosos. Después de que los controladores se levantasen de sus puestos de trabajo por presuntos motivos médicos, la tensión con Aena por la guerra del aire estalló en mil pedazos. Ahora, una vez militarizado el cielo español y con los aeropuertos trabajando con normalidad, se espera que rueden cabezas. El ministro de Fomento, José Blanco, ha apuntado a la cúpula de la Unión Sindical de Controladores Aéreos (Usca) como culpable del desastre y la Fiscalía está investigando a los que abandonaron su sitio. En la calle, hablar de los controladores aéreos equivale a mentar al maligno. La batalla de la opinión pública está perdida y su presidente se ha tenido que mudar de casa ante la presió recibida... Estas son las caras de los que hoy son los trabajadores más despreciados del país.

Detrás del cargo está la persona. Cuando Camilo Cela (Madrid, 1965 y actual presidente del Usca) pasó los exámenes de controlador aéreo, quedó claro que era una persona con capacidad para mantener la calma en situaciones límite y que poseía la facultad para pensar y actuar de manera correcta con la vida de miles de personas en juego. ¿Suficiente para cargar con la mayor crisis de la historia del cielo español? Probablemente, no. El paro de los controladores de esta semana está a punto de hundir anímicamente a Cela. Si es que no lo ha hundido ya.

Los que le conocen bien dicen de él que es un hombre medido, inteligente y racional con falsa apariencia de distante, al que le gusta poner cordura en situaciones extremas. Aunque lo que ha sucedido desde el viernes le haya sobrepasado. Aquel día, por la noche, el propio Cela, sobrino del Nobel, llamaba a sus compañeros a la calma. No fue suficiente. Pasados los malabarismos legales del Consejo de Ministros y decretado el estado de alarma, la situación se le había ido de las manos.

Escondido fuera de casa

Ahora está desfondado. Posibles sanciones, pérdida del empleo, noches sin dormir... Un buen amigo suyo asegura que lo que más le afecta es la ola de odio hacia el colectivo de controladores y que remata con una frase: «No somos monstruos». Los que trabajan codo con codo con él -a Cela los suyos le siguen 'a muerte'- cuentan que está físicamente demacrado y que en alguna ocasión ha llegado a tener que contener las lágrimas. Desde el fin de semana, la antipatía ha pasado a mayores. Cela ha sido objeto de amenazas por parte de particulares. Es más de lo que su familia (tres hijos) ha podido soportar. De hecho, ha abandonado su casa de Madrid por unos días. Incluso ha pedido a sus hijos que no digan en el colegio a qué se dedica su padre. Un rato con ellos y la lectura son sus dos pasiones, aunque en los momentos duros ha llegado a confesar que, si pudiera, borraría todo lo ocurrido, haría las maletas y desaparecería en un pequeño pueblo para disfrutar de su familia. Elegiría volver a no ser nadie. Cuentan que lo que más le aterra es que los suyos paguen el pato de la bronca.

Hasta el viernes tenía una carrera prometedora. En 1986 leyó un anuncio en un periódico. Estudió, aprobó las oposiciones y se hizo controlador aéreo, una profesión que considera «bellísima» y que desempeña en el centro de Torrejón de Ardoz. Llegó a ser presidente de la Asociación Profesional de Controladores de Tráfico Aéreo. En junio, se presentó como candidato a las elecciones a la presidencia del Usca. Buscaba deshacer «las injusticias», su meta personal. El objetivo -nada fácil- era digerir la bola de las relaciones de los controladores con Aena. Un pacto para la paz. No lo consiguió.

En aquellas elecciones le ganó la mano a César Cabo, otro de los candidatos, un perfil radicalmente distinto, que ha llegado a ser la cara del colectivo. Rubio, alto, esbelto, ojos azules... No le faltaba un perejil para ser una estrella mediática. Pronto tuvo varios grupos de admiradoras en Facebook con títulos del estilo de 'Quiero que César Cabo me haga perder el control'. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense junto a la Princesa Letizia, aunque lleve controlando aviones desde 1998. Desde su incorporación a la directiva sindical en verano, se convirtió en la cara amable de un colectivo que ya llevaba meses despertando los recelos de los pasajeros. Cabo, que comparte portavocía con Daniel Zamit, un gestor de perfil más bajo que ha lidiado la crisis con un bebé recién nacido, se ha convertido en una estrella con página oficial en Facebook. Desde el viernes, en el muro del 'guapo de la torre de control' no hay espacio para piropos, sino para las explicaciones que da el controlador, al que la batalla le pilló de vacaciones en Canarias.

No ha dudado en bajarse al ruedo de Twitter para lidiar con los usuarios enfadados: «Las formas han sido terribles», reconoce, «pero una ley, cuatro decretazos, recorte de derechos, demagogia y acoso laboral lo han provocado», escribía en su 'timeline'. Allí se ha visto con viajeros enfadados, gente con ganas de insultar y conocidos tuiteros con los que ha protagonizado duelos intensos de palabras.

La red social ha sido el testigo del último daño colateral por el bloqueo aéreo. Hay un César Cabo venezolano, que no sabe de aviones sino que es ejecutivo de ventas en IBM y culé hasta las cachas. Ha tenido la mala suerte de que su alias en Twitter sea @Cesarcabo, con una A menos que la del atractivo controlador (@Cesaracabo). Hoy, su bandeja está llena de todo, menos 'bonito'.