NADANDO CON CHOCOS

HÉROES RIDÍCULOS

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Un hombre tarda en pasar de ser un hombre a convertirse en un espantajo lo que tarda en llover, pero los futbolistas son los más rápidos. Los prohombres del siglo XXI, las máquinas de matar con los pies, el espíritu de la Roja, 'papá, por qué somos del Atleti', las lágrimas, las almas en las que reposa la valentía de un país. Ellos, la referencia humana de Bosco María en el chalet de papá y de Tunaie en su choza de las dunas del Namib, pierden la dignidad como quien pierde la cartera. Son más rápidos cayendo en desgracia que internándose en el área.

Ocurre cada vez que ganan algo estos androides musculados, portadores de un cerebro de reglamento en el que caben -apretados- un par de tetas, un traje feísimo y ridículamente caro y las llaves de un deportivo. Han olvidado que la talla de un hombre se mide en la derrota, pero también en la victoria. Que no está bonito que unos tíos como ellos, que posan en los pósters de las habitaciones de los críos de media España, se porten como una pandilla de hámsters drogados. Que las banderitas, las carreras que rematan en la plancha, el ulular grupal propio de los monos, y el 'oéoé' con las babas saliéndoseles por las comisuras, dicen mucho de la velocidad a la que se acerca el fin de nuestra civilización. A Roma le pasó igual. De pronto, en la peli salió un cartel que decía 'The end', pero no termina uno de imaginarse a Diocles 'El Hispano', un gladiador de la época de Trajano que llegó a vencer en 1.462 carreras, bailando la Cucaracha en los tercios del Coliseo con una bufanda en la cabeza.