EL RAYO VERDE

Terapia dominical

Los días tienen otra perspectiva cuando espera, al final, un buen libro. El cansancio, los conflictos, las miserias propias y ajenas desaparecen y uno comienza a sentirse como en casa, según la feliz frase de Steiner, al abrir sus páginas. Con la que está cayendo, más que nunca la literatura es una terapia, un refugio, un consuelo y un gustazo. Este domingo en el que la primavera brota tan esplendorosa después de los temporales que nos han machacado estos últimos meses, leer, y hablar de libros, es lo mejor que se me ocurre para ofrecer a quienes se acercan a este rincón, porque pocos temas hay más estimulantes, a mi juicio, que desatar la pasión lectora, dar noticia de los descubrimientos más recientes o recibir pistas de otros territorios por explorar. Los que compartimos esta pequeña debilidad podemos comprender que Chesterton, en un artículo titulado Lectura y locura -que da nombre a un libro exquisito que me regaló mi hija María estos Reyes por consejo de mi sabio librero, por cierto- llegue a decir que la biblioteca del Museo Británico «además de sus múltiples servicios, desempeña muchas de las funciones de un sanatorio mental». La mía, sin duda.

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Aunque sea un acto solitario, la literatura es también un ámbito de sociabilidad. Hablar, escribir de libros, recomendarlos y en especial, regalarlos se convierte en una manera espléndida de extender el propio disfrute. Hay algo muy personal en dar a alguien que lo sabrá apreciar una de esas obras que hemos engullido e incorporado a nuestra biografía. Cuando encontramos a quien que comparte el gusto por alguno de nuestros autores favoritos establecemos una conexión eléctrica inmediata, una afinidad perdurable. Los lunáticos, por seguir a Chesterton, nos reconocemos.

Pero también la literatura de ficción reconstruye el mundo y lo explica con una veracidad que no alcanzan los informes, los datos, los análisis. Enseña la actualidad a una escala a la que nunca podremos aspirar los periódicos, los sociólogos, los políticos; convence como difícilmente podrán hacerlo los editorialistas o los predicadores y muestra los hechos con una contundencia difícil de conseguir por la vía de la descripción.

Así ha explicado como nadie nuestro tiempo, desde la guerra fría hasta hoy, el británico John Le Carré, cuya última novela El hombre más buscado, he leído muy despacio para que no se acabara y ahora releo, a un ritmo aún más moroso, por no perder ni un matiz.

Es la historia de un joven musulmán checheno, de padre ruso, que llega al Hamburgo posterior al 11-S, a la ciudad de la que salieron Mohamed Atta y otros pilotos suicidas. Isa se llama, Jesús en checheno, y es una pura y clásica víctima de nuestros días que lleva en su cuerpo torturado las contradicciones, la falta de moral, la locura, de esta época. No habrá piedad para él en la lógica de los Estados, no podrá tener una oportunidad en el mundo libre, nada conseguirá frente al poder la buena voluntad individual.

Por lo demás, están todas las constantes de Le Carré, el padre estafador, la esposa adúltera, las legiones de espías más o menos capaces, el conflicto geopolítico como telón de fondo, pero también los amores puros, aunque sean frustrados o imposibles, la generosidad como vía de regeneración, la fidelidad, en fin, al deber y a las propias convicciones en un mundo en el que la norma es la traición, múltiple y sucesiva, constante, esencial. Pero además, en este libro hay mucha rabia, una rabia creciente, que ha confesado el propio autor, hacia una sociedad que se ha vuelto sorda, ciega, muda, y ha dado la espalda al humanitarismo en aras de la seguridad, que ha sacrificado sus libertades civiles y hasta su propia capacidad de indignarse.

La vida, pues, está también en los libros.Hay muchos más. ¿Han leído aquel que...?



lgonzalez@lavozdigital.es