LA RAYUELA

Quieren matar a Darwin

Ciento cincuenta años después de su revolucionaria teoría de la evolución de las especies, el integrismo religioso enfila sus baterías propagandísticas contra la razón científica que Darwin, como en su día Galileo, ejemplifica. El integrismo considera el laicismo su mayor enemigo, pero para combatirlo debe minar la base filosófica que lo sostiene: la razón como vehículo de conocimiento científico de la naturaleza y la realidad. Las teorías de Darwin nunca han sido falsadas a pesar del empeño de muchos científicos reacios a aceptar la explicación del origen del hombre desde la lógica de la ciencia y en contraposición (al menos, aparente) con el creacionismo tradicional de las religiones monoteístas que, apoyadas en sus libros sagrados, siempre dispusieron del monopolio interpretativo que predica que la especie humana es radicalmente diferente a las otras y fruto de un acto concreto de voluntad divina. Cuando las ciencias sociales se plantean no sólo el continuo biológico, sino el continuo social (los animales también han desarrollado sociedades, aunque menos complejas) hay toda un ofensiva para tratar colar por verdad científica teorías sin el menor refrendo empírico (que en realidad encubren creencias religiosas) utilizando de forma torticera la explicación científica. Quieren aprovechar el prestigio social de la ciencia para llevar el agua al molino de la religión. Parten de una simplificación del evolucionismo, fruto de la ignorancia y la mala fe, para ir mucho más allá de su negación: el objetivo es el asalto a la razón en un mundo desideologizado que mira temeroso y desconcertado a su alrededor sin encontrar respuesta a las grandes y eternas preguntas. Un caldo de cultivo en el que crece como la mala hierba el integrismo en todas las religiones y sectas. No es anecdótico que la Universidad romana de La Sapienza proteste contra la pretensión de que un Papa que vuelve a oficiar la misa de espaldas imparta doctrina (¿científica?) en una institución dedicada a la investigación racional de lo cognoscible con metodología científica. Y esclarecedor que el Vaticano recurra a un filósofo como Feyerabend (el autor de Contra el método, que nunca renegó de su paso por las SS), para defender lo indefendible: la condena de la Inquisición a Galileo. Tampoco es casual la ofensiva de los obispos contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía: es, en definitiva, otro escenario del miedo y la lucha contra la razón. El neocreacionismo que asalta las escuelas americanas es un instrumento ideológico de dominación política al servicio de la derecha más reaccionaria (neocons), que controla las candidaturas republicanas a la presidencia. En España, el asalto de la ultraderecha al poder en el PP (Aguirre-Botella-Aznar-Pizarro, contra Gallardón), converge con el del integrismo religioso de Rouco y «sus chicos de la COPE». Después de la batalla contra Ciudadanía, llega la del creacionismo inteligente.

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Los recientes descubrimientos antropológicos van rellenando el mapa evolutivo de los primeros homínidos, que hace 4,4 millones de años salieron de África y llegaron a España hace al menos 800.000 años, como Arsuaga ha demostrado a partir de los restos encontrados en la Gran Dolina de Atapuerca. El caso es que aceptar la teoría evolutiva no es incompatible con la fe religiosa como el Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación mostraron: la existencia de un creador tiene mayor poder explicativo del universo que su ausencia. Pero esto es religión, no política, ni ciencia.