LA GLORIETA

Ciudad ¿moderna?

Cádiz, ciudad moderna donde las haya, provincia de contrastes, Historia e historias, patria de Hércules, guarida del genio, es una trampa. Si no tienes coche, no eres nada. Lo digo yo, que vi esfumarse mi último vaho de esperanza de la mano de un gruista que, anonadado, me pasaba un kleenex con el que secar mis lágrimas. «Mujer, ya te comprarás otro»... «Seguro...», conseguí ironizar entre mocos antes de que me dejara con el camión cerca de la Zona Franca. Desde entonces, y ello a pesar -todos los saben- de que el coche y yo nunca fuimos grandes camaradas, mi andar cotidiano me recuerda que en la ciudad con más paro de España, en la de la infravivienda, en la de la baja renta, no hay menda que se precie a merced de sus patas.

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Ecología para qué te quiero, aquí en Cádiz, sin coche, sin cuatro ruedas que te liberen de los delirantes transportes públicos, eres un paria. A la segregacionista idea del autobús nocturno -no apto para mayores de treinta, ni si te olvidas el bonobús, ni para los que salgan un jueves o tengan que volver pronto a casa (sólo han puesto a funcionar cuatro vehículos para toda la noche y únicamente en sábado)-, se suma la imposibilidad real de desplazarte por esta provincia sin perder en ello tres, cinco o siete horas como si nada.

Junto a nuestro practiquísimo servicio Búho, el siguiente premio al Absurdo en el Servicio se lo lleva el bus del aeropuerto. Un magnífico ejemplo de cómo al político de turno se la trae floja que decenas, cientos, de transeúntes abarroten la autopista para transportar a un único viajero. Lo dicho: ecología para qué te quiero. Dos ejemplos tangibles, dos casos claros de la práctica más genuinamente gaditoidiota para explicarnos porqué nunca seremos ciudad de servicios, ni turística, ni tortas. Ejem.