Artículos

Los días de Internet

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

El miércoles pasado se celebró, como si fuera un evento de grandes almacenes cualquiera, el día mundial de Internet. Ahí es nada. Aunque no nos paremos a pensarlo, estamos viviendo un futuro que no imaginó casi nadie, y las prestaciones que el dichoso inventito nos ofrece nos habrían parecido pura ciencia ficción o arte de mismita magia hace tan sólo veinte años. Dicen que la revolución de la red de redes es comparable a la de la imprenta, y en el fondo sólo está dando aún sus primeros pasos. Pero todavía nos queda por delante pasar por un montón de pruebas de fuego.

Porque, verán ustedes, Internet es ciertamente una de esas maravillas con las que la tecnología nos embellece la vida, la posibilidad de tener al alcance de una tecla o el cliqueo de un ratón todo el acceso al ocio, la cultura, la información que queramos. La mayor biblioteca del mundo será algún día no muy lejano, la mayor hemeroteca, la mayor cinemateca, la mayor tebeoteca pongan ustedes todas las «tecas» que quieran. De momento, y ahí le duele a la SGAE, es la mayor discoteca que ha habido, el aldabonazo que anuncia que el mundo de la música tendrá que cambiar de estructura radicalmente de aquí a pocos años. Sic transit gloria mundi, Teddy, muchacho

Pero también Internet tiene un reverso tenebroso que contradice aquellos días felices, antes de que se decidiera que Bill Gates era el hermano Malasombra de todo esto, en los que se pensaba ingenuamente que el invento suponía la libertad absoluta y sin barreras. Porque, en efecto, y sin salirnos de lo puramente lúdico o cultural, Internet nos pone cerca materiales que nos costaría media vida conseguir de otra manera, pero también es cierto que, en el caso de intentos de enciclopedia popular (lo que se llama la wikipedia) se precisa de mucha confianza en unos datos que la mayor parte de las veces no están lo suficientemente contrastados: no todo el mundo tiene la capacidad de análisis de aquí el amigo Parada, en el recuadro a la derecha. El gran defecto de la red es que sigue propagando la idea de que todas las opiniones son iguales, y cualquier adolescente con un PC tuneado puede colgar desde sus apuntes de instituto a su colección pirata de discos y no siempre los apuntes están bien tomados ni los discos son precisamente lo que se anuncia para que otro usuario se lo baje.

Con todo, y al menos en nuestro país, donde todavía parece que Internet no tiene el arraigo de otros países cercanos, la mayor preocupación que hoy por hoy produce el invento es la potenciación del anonimato (eso que se llama el nick) y, a partir de ese pasamontañas virtual, el peligroso juego de soliviantar la concordia y hacer demagogia continua y soflamas por un quítame allá estos píxeles. Impulsados a veces por algún agitador disfrazado de manso periodista, por algún periódico o por portales donde se apela a la libertad de expresión para camuflar el libelo, no hay bitácora, página web, foro o chat donde no aparezca en seguida el fantasma de las 17 Españas, hasta el punto de que ya existe la teoría conspiratoria que nos indica que, sí, hay becarios contratados para detectar en qué sitios se está hablando de qué cosas y, amparándose en el anonimato, reventarlos defendiendo ideas execrables la mayor parte de las veces.

De esta manera, lo que podría ser un instrumento de contacto y de encuentro se convierte, por obra y gracia de unos pocos, en campo de batalla dialéctico continuo, en lugar de insulto, beligerancia y racismo. Hay veces que uno visita según qué sitios (o se le cuela según qué gente) y sale convencido de que una nueva guerra civil o la tercera guerra mundial se están librando ya, pero en pantalla plana. Y es una lástima, porque la magia de Internet, todavía en pañales, está por explorar. Y sería triste que este invento, surgido de investigaciones militares, acabara con los militares investigándonos. Es decir: que aquello que pensaban que era la libertad absoluta acabe mostrando en el momento de la conexión, como en los paquetes de tabaco y los anuncios de alcohol, un cartelito que apele al consumo responsable.