Inmaculada Aguilar, junto a los miembros del Foro.
CÁDIZ

«Si hace falta iremos a La Haya»

Rosario lucha para recuperar los restos de su padre, fusilado en la posguerra

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Están dispuestas a llegar hasta el final. «Hasta la Haya si hace falta». Lo único que piden es recuperar los restos de Juan Pérez Domínguez, un hombre fusilado en 1944 y enterrado en una fosa común en el cementerio de San José, que en pocos meses quedará desmantelado.

Rosario Pérez e Inmaculada Aguilar, hija y nieta de ese hombre, acusado en un juicio por un rumor -según se reconoce en un documento posterior- llevan luchando cerca de un cuarto de siglo, primero desde París, donde vivían, y ahora desde Algeciras.

Pese a que el antiguo concejal de Cementerios, Francisco Vivas, les había dado su palabra de honor, recientemente recibieron una carta en la que el Ayuntamiento niega la posibilidad de recuperar los restos, «por no disponer de este servicio». Miembros del Foro para la Recuperación de la Memoria Histórica aseguran, sin embargo, que sacar los restos de Juan y de otros dos enterrados en la fosa común (José Pérez Peludo y Candelaria Cañas Núñez) no será una carga económica para el Ayuntamiento. Los arqueólogos que ayer acompañaban a la familia en una rueda de prensa en el Ayuntamiento rechazaron la explicación municipal de que los restos podrían estar mezclados. «Eso no tiene ninguna base científica», explicaba Daniel Barragán, quien argumentó que la fosa está perfectamente localizada.

Por su parte, el abogado José Aguilar, que también compareció ayer, señaló que hay una base legal amplia para reclamar y recordó al Ayuntamiento que si el cementerio no dispone de un servicio para acometer esta exhumación «no están cumpliendo la normativa vigente».

Para la familia, además del dolor acumulado durante décadas, es penoso también tener que llegar a este enfrentamiento con las autoridades municipales. «No pensamos ceder hasta que los restos de mi abuelo descansen en Setenil de las Bodegas, donde nació», decía con entereza Inmaculada.

Su madre, Rosario, en cambio no pudo contener la emoción cuando recordaba las visitas a la cárcel donde estaba encerrado su padre. «Yo sólo tenía nueve años y cuando llegaba allí era la alegría de todos los detenidos», relata. Un día volvió de visita y no lo encontró. «Los presos se asomaban y se ponían las manos en la cara para que no les viera llorar y después vino mi madre dando gritos».

A partir de entonces, todo fue un infierno en la casa. «A mí me obligaron a bautizarme y a hacer la comunión, porque si no iban a meter presa a mi madre», prosigue Rosario.

Años después, Rosario volvía cada año de Francia y depositaba flores en el cementerio de San José. En 1981 recibieron una carta en la que se les decía dónde estaba localizado el cuerpo. Pero al día de hoy aún no pueden asegurar que su padre descansará en su pueblo 61 años después de su asesinato.