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El moscatel de Chipiona pierde terreno y se sitúa al borde de la desaparición

Encuentra su mayor mercado en los veraneantes y en los propios chipioneros Gran parte de la producción se vende a granel en antiguos despachos

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El moscatel de Chipiona sufre un retroceso en la producción que sólo se explica por una suma de factores que pueden empujar a este producto gaditano al borde de la desaparición.

Este vino dulce, cuya vid proviene de la variedad de Moscatel de Alejandría, es único en su especie, ya que sus particularidades están determinadas por el clima de la localidad y las tierras arenosas de Chipiona.

Hace dos décadas, en este pueblo se producía más de cuatro veces lo que se contabiliza actualmente. En estas últimas temporadas la media de producción, entre las tres bodegas de la localidad y la Cooperativa Católico Agrícola, ronda los 640.000 litros de moscatel. Tal y como explica César Florido, bodeguero perteneciente a una de las familias con mayor tradición vinicultora de la zona, «sólo nuestra firma producía en los años 80 más de dos millones de litros».

La explicación de esta decadencia en la producción del caldo chipionero, que no en la calidad que sigue siendo excelente, hay que buscarla en la combinación de varios factores.

Daños colaterales

Por una parte, la crisis del vino de Jerez causó un perjuicio irreparable en la demanda de este caldo, muy usado por bodegas del Marco para abocar -como se llama en el sector a la mezcla de sus productos- con otros vinos más secos. La caída de la demanda de vinos de la denominación jerezana provocó que los productores auxiliares perdieran buena parte de sus pedidos, sobre todo en lo que a venta a granel se refiere.

A pesar de ello, la Cooperativa Católico Agrícola, que cuenta con 180 socios de los que la mayoría son pequeños viticultores, mantiene lo que queda de este mercado y continúa vendiendo grandes cantidades de su producción a bodegas del Marco. Esta agrupación de viticultores produce más de la mitad del total del moscatel de Chipiona.

Sólo otras tres bodegas producen este tipo de vino en la localidad: Bodegas César Florido, Bodegas José Mellado Martín y Luis Caballero, del mismo grupo de la jerezana Emilio Lustau.

El poder del ladrillo

Por otra parte, los agricultores de la zona dieron un giro en la actividad de las tierras que tradicionalmente se dedicaban a viñas hacia el cultivo de la flor o de hortalizas, y en algunos casos, a la venta para promociones inmobiliarias que se desarrollaron bajo el paraguas del auge turístico.

Sin duda, la pérdida de viticultores ha influido decisivamente en la situación actual que vive este producto único en el mundo, pero tampoco es la causa definitiva. De hecho, la firma Luis Caballero ha ampliado recientemente sus cultivos de moscatel y el director general de la galardonada bodega jerezana Emilio Lustau, Manuel Arcila, señala que Chipiona sigue teniendo las tierras apropiadas y cuenta con terreno «de sobra para dar respuesta a una mayor demanda del producto».

Este vino, que normalmente se toma como postre, tiene su mayor enemigo en la escasez del diseño de campañas de marketing que lo lancen al mercado internacional, destino final de buena parte de los caldos de la provincia. Sin embargo, el moscatel subsiste gracias a los turistas que visitan Chipiona. Tanto las bodegas como la cooperativa tienen su mayor clientela entre los propios chiclaneros y, sobre todo, entre los visitantes que acuden cada verano buscando sol, playa y productos de la tierra. Tanto es así, que el moscatel ha pasado a ser un reclamo turístico más.

Para terminar el rosario de condicionantes que empujan al moscatel a convertirse en un producto para el recuerdo, las pequeñas bodegas no tienen una política de precios uniforme. La venta a granel rinde lo suficiente para sobrevivir, pero no es más que una forma de abaratar el precio de un producto con un gran valor añadido por sus características únicas y su elaboración artesanal.

Si el moscatel de Chipiona continúa en la línea descendente de los últimos años, todo parece indicar que en medio siglo habrá desaparecido, al menos como negocio. «Yo mismo, no creo, ni quiero, que mis hijos se dediquen a este oficio. Necesita mucha dedicación y no da gran rendimiento. Siempre estamos a expensas de la climatología, y los márgenes de beneficio son mínimos», resume César. «El que continúe en este negocio es por pura tradición familiar», concluye.