El alcalde y el portavoz popular, durante el Pleno de organización.
El alcalde y el portavoz popular, durante el Pleno de organización. - víctor lópez
política municipal

Crónica de un continuo desencuentro

José María González e Ignacio Romaní se erigen en únicos protagonistas del debate político en Cádiz

raúl jiménez
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Cuando se ha cumplido una semana desde que el Ayuntamiento de Cádiz por fin echara a rodar, el panorama político que ofrece la ciudad no dista mucho del que se vislumbraba en el horizonte cuando José María González tomó posesión de su cargo. Un gobierno en minoría de Por Cádiz sí se puede que encontró el pronto apoyo de Ganar Cádiz en Común y de un PSOE que desojó la margarita hasta entregar las armas al alcalde para dejar al PP como única referencia de oposición y de control a los nuevos gestores del consistorio.

Desde que arrancó esta nueva etapa para Cádiz, dos figuras se han erigido en grandes y casi únicos protagonistas del debate político. Uno a la izquierda y otro a la derecha del ring.

José María González e Ignacio Romaní. Condenados a entenderse por el bien del desarrollo de la ciudad, pero separados por un abismo ideológico que apenas les ha permitido hallar un espacio común en el que limar unas asperezas que empezaron a tomar un peso considerable pocos días después del nombramiento del alcalde.

Fue en la recta final del mes de junio cuando Teófila Martínez, indiscutible referente de los populares, decidió dar un paso al lado para ocupar un discreto segundo plano y relanzar a Romaní a la primera línea de batalla como portavoz del Grupo. Se erigió en el auténtico azote de la oposición desde los primeros envites activistas y mediáticos de un equipo de Gobierno más centrado en frenar un desahucio formando «un espectáculo en la calle», que realizando las pertinentes gestiones previas al lanzamiento. «Que mayor propaganda y autobombo que usar a familias desprotegidas», llegó a comentar Romaní. «Un alcalde no puede estar tranquilo en su despacho mientras sabe que están desahuciando a un vecino», contestó José María González, que empezaba a digerir lo que supone conducir un gobierno en minoría.

La contienda se fue encrudeciendo en los albores de julio, a medida que se acercaba la fecha prevista para el Pleno de organización. Kichi cometió entonces uno de los errores que más factura le han pasado después de convocar la sesión constituyente del consistorio sin haber establecido canales de diálogo previos con el resto de grupos. Esta decisión le costó que la oposición en bloque tumbara su propuesta para el Ayuntamiento. Incluso su socio de gobierno, Martín Vila, lamentó el camino tomado por el alcalde, que reaccionó pronto convocando una primera Junta de portavoces en la que se apaciguaron los ánimos y empezó a haber comunicación. «Respeto a la oposición», reclamó Romaní, que entendía que la austeridad que tanto había pregonado el líder de PCSSP durante las elecciones no se veía reflejada de forma proporcional en todo el arco plenario.

A este primer experimento le siguió una segunda Junta de portavoces en la que se produjeron avances significativos con Ciudadanos y PSOE y en la que quedó patente una vez más la fractura entre Gobierno y PP de cara a la segunda intentona de Pleno, a la que el portavoz popular confirmó que «llegamos sin acuerdo».

Y en las vísperas del ‘día D’ estalló definitivamente la guerra. José Blas Fernández amagó con impugnar el Pleno por un defecto de forma, el alcalde «improvisó» un nuevo par de enmiendas a su propia propuesta que provocaron duras críticas desde la derecha y David Navarro se encargó de echar gasolina al fuego presentando unas cifras erróneas sobre los emolumentos de los concejales de la anterior legislatura. «La persona que lleva las cuentas del Ayuntamiento no sabe sumar dos más dos», apuntó un Romaní, implacable en la defensa de los intereses de la ciudad.

Se presentaba un Pleno calentito que terminó saliendo adelante gracias a la «muletilla» socialista de PCSSP, que votó a favor de todos los puntos que se llevaron a debate. «La izquierda más radical ha tomado el poder», exclamaban de un lado. «La derecha más reaccionaria se queda sola y arrinconada», enfatizaban del otro.

Ambos bandos se despacharon a gusto. Aunque para despachos, los que se disputaron cinco días después en el Ayuntamiento, donde el reparto de los espacios de trabajo se convirtió en una clara muestra de la «dictadura de la minoría» o de un ejemplo del «principio de igualdad» según se mire.

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