opinión

Gallardón y sus juegos

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Una de las enseñanzas de la transición española es que no existe el determinismo histórico. Ya que lejos de estar decidido el futuro, en realidad éste es reino de la libertad. Y en ese contexto, es motor esencial de la sociedad, la voluntad libre de los hombres que han de protagonizar la Historia. Eso era lo que sostuvo Adolfo Suárez en 1976. Sin embargo, el determinismo como doctrina filosófica sostiene que el pensamiento y las acciones humanas están casualmente determinados por la cadena causa-efecto. Lo que equivale a decir que la situación presente determina de algún modo el futuro. De ahí que su enfoque materialista dialéctico se refiere a que el desarrollo de la historia ni es caótica, ni desordenada, ni se realiza por causalidad. Analicemos desde esta óptica el enésimo incumplimiento del programa electoral del PP. Incumplimiento flagrante en cuanto seña de identidad de su programa político. Me refiero al fraude consumado con el sistema electivo de los doce magistrados que conformaran el Consejo General Poder Judicial. El PP lleva toda la vida manifestándose contra el sistema de elección de los vocales del Consejo, en los términos contemplados desde la promulgación de la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985. Año en el que Felipe González dio por finiquitada la separación de poderes.

En los diferentes programas políticos del PP aparece el deseo de cambio del sistema, de tal modo que los doce magistrados, de los veinte miembros que conforman el Consejo, sean escogidos por los jueces. Gobernó Aznar y lo pasó por alto. Ahora llegó D. Mariano y ni caso. Y eso que era una de las medidas más importante en la pretendida regeneración democrática propuesta por la derecha. Es un nuevo fraude electoral. Éste no se entiende y sí que comprendo la disfunción entre el programa económico del PP y la aplicación de reformas y adopción de políticas económicas y legales al efecto, ciertamente contradictorias con el reclamo electoral. Éstas pretenden alcanzar un fin que es cambiante y cuyas variables, ni son siempre predecibles, ni tienen carácter endógenas, lo que justifica la distorsión.

En España, ni por tradición, ni por convicción y precisamente porque debe imperar la auténtica separación de poderes, no debemos aspirar a lo que en EE.UU se denomina «gobierno de los jueces». Aquí lo que hay que impedir a toda costa es a los «jueces del Gobierno» y sus efectos es a lo que conduce el asqueroso pacto suscrito entre toda la panda de impresentables partidos políticos españoles.

La Transición ha sido explicada por la llamada ‘teoría de los juegos’. La Transición debe darse por finalizada, pero Gallardón sigue jugando con todos nosotros.