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Competencia sevillana

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Los sevillanos saben vender muy bien lo que hacen y tienen el arte de apropiarse incluso de lo que no es suyo para hacerlo propio. Ese ego tan profundo puede suscitar envidias al resto de provincias, pero es innegable que se trata de una cualidad innata desarrollada por los ‘miarmas’ desde los tiempos de Trajano y Adriano. Son el ombligo del mundo gracias a un marketing personal que defiende las tradiciones por encima de cualquier reproche. La vanidad sevillana no tiene límites. Su feria es la mejor, su Semana Santa es incomparable, sus tardes en la Maestranza son míticas y el Rocío lo inventaron un día que iban de campo al Coto de Doñana. Han hecho de su ciudad un mundo y todo el mundo gira alrededor del ese cosmos. El Guadalquivir es el espejo de Sevilla, los caracoles juegan en el Betis y la fritura de los bares de Triana, por suerte, sabe al mar de Sanlúcar. Ante esta lección de tópicos hay que descubrirse como lo hacía Curro Romero ante el palquillo de la presidencia. Sevilla ha iniciado una nueva conquista de terreno y, como siempre, lleva la delantera. Los empresarios hispalenses reclaman desde hace más de una década el dragado del Guadalquivir. Saben que esta obra supone una fuente de riqueza para la comarca y, al mismo tiempo, un perfecto gancho turístico. Poco a poco han subido peldaños en esta guerra santa contra el medio ambiente. La primera batalla la ganaron en 2009 con la construcción de una gran esclusa para mejorar los accesos marítimos a su puerto y favorecer el tráfico con el mar. La inversión de esta obra faraónica ha sido de 160 millones de euros, pero necesita ahora de una actuación complementaria para su total rentabilidad. Sevilla mete presión para iniciar cuanto antes el dragado de 86 kilómetros de río y ganar con ello casi dos metros más de profundidad en su cauce, pasando de los 6,5 de ahora a casi 8, lo que permitiría la navegación de grandes buques. La iniciativa ha provocado una división entre partidarios y detractores del nuevo calado del río pero, a la vez, ha generado que las provincias limítrofes, caso de Cádiz y Huelva, vean con recelo esta maniobra sevillana. Todo apunta a que un nuevo informe medioambiental dará la razón o quitará la ilusión, pero las expectativas creadas ante una decisión, que se prevé favorable, ya han situado al puerto de Sevilla en primera línea de partida. En lo que llevamos de año ha dado luz verde a la reapertura del antiguo astillero y, además, ha iniciado los trámites para albergar una Zona Franca en suelo portuario. Los empresarios también han hecho un guiño al turismo enganchando pequeños cruceros que desembarcan en el muelle de las Delicias. La provincia de Cádiz no puede permanecer ajena a este movimiento. Sus intereses económicos están en juego y debe tomar partido en esta nueva empresa a través de alianzas estratégicas o creando, como ya lo ha hecho Sevilla, una infraestructura ordenada, capaz de aprovechar también los frutos de este posible dragado. No vale con echar la culpa al otro de nuestras miserias. Es obligatorio reaccionar. Lo que se cuece en Sevilla afecta directamente al futuro de la Bahía y más vale tomar posiciones antes de que perdamos el tren, o mejor dicho, el barco.