opinión

El arremolinamiento

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Los que como los gaditanos saben barruntar el decurso del viento, conocen bien que el remolino vaticina la lluvia, si bien dando tiempo a una mocita clásica a que recoja de la azotea unas enaguas también clásicas, más bien simbólicas, antes de que las mancille el chaparrón lascivo, ese que, como en Algeciras, hace que las gotas nieguen a Newton y caigan hacia arriba. El remolino tiene, sin embargo, ciertas dotes saludables, pues algunas de sus tipologías, intensidades diría, desde las del díscolo sin más, hasta las que son consecuencia de la granizada matutina, enemiga del fruto y de la flor, barren hasta el último rincón de las plazoletas, de la conjunción entre pretiles, con el riguroso empeño barrendero de los pulcros erizos saharianos.

Ejerce el remolino de alerta, de toque de arrebato, para poner en guardia a los barrenderos, jardineros y demás oficios vinculados con el ornato y el aseo ciudadanos. En el plano mayúsculo, los ciclones lo arrasan todo sin conmiseración. Tiene su versión de tornado la ventaja de que se le ve llegar, hay quienes los esperan en búsqueda de experiencias, fortísimas, rezumando adrenalina por cada poro. Asevera la toxicología que no existe el veneno sino la dosis, y así en este caso, un remolino septembrino tiene efectos profilácticos mas no así un tornado de Arizona, hijo de la ira del tórrido desierto, capaz de hacer volar una casota como una hoja otoñal de plátano de Indias.

Recurro a la alegoría, a esta concretamente, pues creo que a nuestro modelo de sociedad occidental, que ha dejado de ser un ejemplo de rectitud y probidad para convertirse en un desbarajuste desasosegado huidizo, le convendría que un ventarrón le arremolinara las enaguas poniendo en un brete a sus vergüenzas de hipócrita meretriz, al ser ella la que induce a la brisa a erigirse en tornado, dando crédito a la maledicencia, al infundio, a la gratuita inculpación, al escarnio propio de la ignorancia de los juicios genitales.

Conviene que un aire fresco, arremolinado aún mejor, nos oxigene la capacidad de razonar, la propia del mamífero elemental y la del mamífero ilustrado, y apliquemos el escobón con ahínco hasta en los más recónditos rincones de todas las estancias públicas, y de las privadas, para convertir el arremolinamiento ventoso en revolución ética, en regeneración democrática, en un ejercicio de esplendor primaveral en vez de en un negruzco tormentazo. Tiene ese arremolinamiento redentor que cumplir con las pautas propias de un gran ejercicio de exacta coincidencia con la ley, con la justicia y el derecho, de forma tal que un ciudadano, un mero viandante, sepa que ejerce de derechohabiente dentro de un edificio nobiliario exento de los riesgos inciviles propios de la reclamada libertad de expresión convertida en lucrativo negocio del libelo, en escarnio irreparable.