opinión

TEORíA DE LA VEROSIMILITUD

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Sé que no es buen día para andar con pamplinas filosóficas, seguro que anda usted todavía bajo los efectos del COAC –otro viaje en el tiempo, la final de anoche– o diseñando la estrategia perfecta para alejarse del mundanal ruido que le espera este fin de semana y no tiene cuerpo ni mente para sofismas. Pero tal vez porque andamos de vacaciones morales o porque es el carnaval la única válvula de escape que nos queda, estamos en el momento justo de asumir ciertas cosas, por ejemplo, que verdad y verosimilitud ya no se contraponen al estilo griego, ni siquiera se odian como advertía Paravicino «no tiene la verdad mayor enemigo que la verosimilitud», sino que en virtud de una extraña simbiosis, ambos términos han llegado a fundirse y confundirse hasta el extremo de que lo verosímil tiene hoy en día más predicamento que la propia verdad. Y eso sí que lo sabemos todos.

Dice el Diccionario de Autoridades que la verosimilitud es «la apariencia de verdad en las cosas aunque en la realidad no la tengan». Lejos estamos ya de aquellos tiempos en los que la verdad se identificaba con el razonamiento, mientras que la verosimilitud regía el terreno de la imaginación, de la especulación, de lo literario, recuerde lo de la regla de las tres unidades –tiempo, espacio y acción– que dignificaba y hacía comprensible el teatro ilustrado. La apariencia de realidad hace a las cosas creíbles. Pero hace tanto que lo verosímil le ganó la partida a la verdad que ya no nos preocupa tanto el fondo como la forma y juzgamos por las apariencias sin detenernos casi a separar las voces de los ecos. Es creíble, luego es cierto. No hay más, es la teoría de la verosimilitud.

No es nuestra la culpa, entiéndame. Hemos visto demasiadas veces el mismo capítulo y sabemos que cuando el río suena es porque lleva algo más que agua. Y si algo aprendimos de las series norteamericanas es que, en contra de nuestra naturaleza legal, al final resulta que todo el mundo es culpable hasta que se demuestra lo contrario. Ya sabe, lo de calumnia que algo queda, o lo de la mentira repetida cien veces que termina por ser verdad, como usted quiera.

Porque a estas alturas nadie nos ha explicado realmente si esos apuntes contables que se han publicado son ciertos o no, si Bárcenas repartía sobres con dinero y a quién, si todo es un ajuste de cuentas o un despecho, no sabemos si Urdangarin es un sinvergüenza, un ‘empobrecido’, una víctima o un verdugo, si Ana Mato sabe lo que cuestan los papelillos o si su marido le daba una coba impresionante, si los de la trama Gurtel hacían de Reyes Magos con destacados miembros del PP, si el presidente Griñán estaba al tanto de lo que pasaba con los ERE, si Mariano Rajoy sabe o no sabe comparecer en público, si la Infanta vivía en el país de las maravillas. No lo sabemos, pero ni falta que nos hace. Será verdad o no, pero es de un verosímil que espanta. Y eso sí que es grave.